Venga, confiesen. Quien más quien menos este miércoles tiene o tendrá su momento para pensar en los reyes de Oriente soñando con encontrar mañana un obsequio que supere la muda nueva, el pijama o esa colonia anunciada en televisión.

Verse sorprendido con algo que no espera fuera de lo que ha tenido que comprarse o encargar. En lo más profundo de nosotros, los que tenemos unos años, existe ese rescoldo de la emoción de aquellos momentos que hoy vemos reflejados en las caras de los pequeños.

Un día para la nostalgia al recordar aquellos despertares, de madrugada todavía, para correr hacia la habitación en la que habíamos dejado la noche anterior el zapato limpio, para contemplar atónitos aquellos embalajes deslumbrantes de papel de vivos colores que escondían los juguetes solicitados semanas antes en una carta escrita con letra esmerada y concienzuda, pensada y repensada una y otra vez.

Antes de abalanzarnos a rasgar los envoltorios, nos cerciorábamos del incomprensible paso del séquito real por nuestra casa. El rastro estaba claro: pastas y dulces mordisqueados como si se tuviera urgencia, restos de licor en las copas y el barreño para beber de los camellos, a los que siempre figurábamos con una sed espantosa, con algo todavía de agua.

La escenografía de una magia que hacía difícil controlar esos nervios que nos llevaban a gritar y saltar mientras intentábamos sorber cada detalle de todo lo que sucedía ante nuestros ojos. Y en el quicio de la puerta, la mirada de nuestros padres con un puntito de brillo de una emoción que no acertábamos a explicarnos.

Seguro que recordarán aquellas escenas con cierta melancolía antes de identificar el juguete que no han olvidado con el paso de los años. Muchos de ustedes pertenecerán a aquella generación donde el ‘scalextric’ y las muñecas articuladas que llegaban al portal lo hacían de las casas más pudientes. En otras nos conformábamos con el fortín de madera (con una escuálida guarnición de indios y vaqueros) y las peponas rígidas como una momia.

Llegados a esta altura nostálgica es hora de volver al presente adulto y preguntarnos:¿qué pedir? Cuando se va teniendo algo o mucha perspectiva de la vida los caprichos materiales se van sustituyendo por los deseos espirituales.

Así que es tiempo de pedir a los Magos salud, empatía más que amor propiamente dicho y tranquilidad, cuando menos, ante lo difícil que es ganar la concordia. ¿Y si se lo pedimos también a los políticos?