Es un hecho constatable que la pornografía se ha convertido en el agente casi exclusivo de educación sexual de nuestros niños y jóvenes. Su uso, desde la edad de nueve años, la convierte en un modelo que supuestamente muestra a los niños cómo es la sexualidad adulta, sin que nadie les enseñe que las películas pornográficas están basadas en la dominación y la violencia contra las mujeres, que las erecciones de horas que visualizan son solo el efecto de un hábil montaje y de la administración de sustancias químicas a los actores, o que la sexualidad real no es la que allí se representa, si bien, de seguir así las cosas, corremos el riesgo de que pronto sea ese su exclusivo modelo.

Por otra parte, la pornografía se hace cada día más violenta y agresiva hacia las mujeres, dado que, para mantener el nivel de excitación, los adictos tienen que encontrar en ella contenidos más ‘excitantes’, y la violencia ha resultado ser una fuente prioritaria de excitación. Los productores han constatado este hecho elevando consecuentemente el nivel de violencia y degradación de las mujeres que se expone en sus películas, para obtener así los efectos deseados en el consumidor y no perder cuota de mercado. El hecho de que el vídeo de la violación de La Manada fuese el más buscado en las redes los días posteriores a que se conociera la denuncia (un vídeo que, por otra parte, nunca estuvo disponible en la web), demuestra la peligrosa influencia de esta educación pornográfica y la búsqueda de contenidos violentos como fuente de excitación. 

Además, la pornografía es una escuela para convertir a la mujer en juguete de los hombres, cuya homosocialidad está en aumento. La fratría masculina se organiza cada vez que siente amenazado su poder. Es decir, el referente de los hombres son otros hombres, y tener relaciones sexuales es la forma prioritaria para muchos jóvenes de ser reconocidos y admirados por sus iguales; de modo que hoy se sabe que el placer está mayormente ligado a la exhibición del acto, a la exposición del mismo a la mirada del otro, que a las sensaciones que produce el encuentro sexual entre dos cuerpos en la intimidad. La moda de los selfies after-sex (fotografiarse y subir a las redes la foto tras mantener sexo), es un síntoma más de esta transformación de la sensualidad en extimidad (en sentido sociológico), este hacer pública la intimidad que se popularizó con Gran Hermano y con los programas basura, y que ahora se ha convertido en la motivación central de aplicaciones como Facebook, Instagram, Twitter, Tik Tok u Onlyfans.

Este pasado verano, fue precisamente Naim Darrechi, un famoso tiktoker con 27 millones de seguidores, quien mostró una vez más la consideración que merecen las mujeres para estos jóvenes educados en la cultura de la imagen, que carecen de una moral que vertebre su comportamiento hacia los otros, y que no parecen moverse por otras metas que no sean el éxito monetario y el reconocimiento en las redes. El joven tiktoker afirmó en una entrevista que le hizo otro famoso youtuber, Mostopapi (tres millones de seguidores), que sus relaciones sexuales eran sin condón porque mentía a las mujeres con quienes las mantenía asegurándoles que los doctores le habían confirmado su infertilidad: «Les digo que estén tranquilas, que soy estéril porque me he operado para no poder tener hijos». 

Además de la banalización del uso del preservativo que implica esta declaración, pues no solo sirve para impedir el embarazo sino para evitar la transmisión de enfermedades sexuales, Naim Darrechi cometía sistemáticamente un delito que está tipificado en algunos países: el engaño para obtener consentimiento. Un consentimiento viciado, por supuesto, porque la parte que consiente lo hace a partir de una información falsa. Es decir, si las jóvenes parejas del tiktoker supieran que no es estéril, quizás le exigirían el uso del condón.  

La ministra Irene Montero fue tajante al respecto: Quitarse el preservativo es abuso. Y así se tipifica en la ley del ‘Solo sí es sí‘ que ha aprobado hace unas semanas el Congreso. 

Otro tipo de engaño, el stealthing, la práctica de quitarse el condón durante una relación sexual que ha sido consentida bajo el presupuesto de que se utilice preservativo, es algo hoy común entre los jóvenes. Una conducta que en California se ha declarado delito hace un par de semanas, lo que esperamos que sea un ejemplo a seguir para otros estados y países. La violencia hacia la mujer cobra formas nuevas. De todos los delitos cometidos en España durante el último año solo han aumentado los delitos sexuales, lo que nos habla de la gravedad de la reacción misógina que ha sucedido a las luchas feministas.

Pero lo que queremos subrayar hoy aquí es un aspecto del tema que podríamos resumir con esta pregunta: ¿Quiénes/qué son para Naim Darrechi y, por extensión, para los jóvenes que engañan, las mujeres que comparten su cama? 

Es evidente que los hombres que actúan como él, que engañan, que fuerzan un consentimiento viciado, no tienen en cuenta en absoluto la voluntad de la mujer, y que, al utilizar intencionadamente y en beneficio propio el engaño, están mostrando una desconsideración hacia el otro que solo puede ser un efecto de negarle previamente su identidad y convertirlo en mero instrumento para su exclusivo placer. 

La mujer que se acuesta con estos jóvenes no tiene para ellos ningún estatuto de persona, no merece su consideración, y su deseo, expresado en que quiere relaciones con condón, por ejemplo, es borrado como lo ha sido siempre el deseo y la voluntad de las mujeres en el patriarcado. Existen blogs de jóvenes que enseñan a hacer stealthing a otros mostrándoles sus argucias, hasta ese punto llega su desconsideración.

Pero lo que además cabe subrayar en el caso de Nadim Darrechi es que esta negación de la mujer como sujeto ni siquiera es percibida por él, de ahí que lo comunique públicamente como si se tratase solo un chiste gracioso, una gracieta entre amigos, un nuevo signo de la homosocialidad a la que antes nos referimos. Sus afirmaciones lo exponen a ser denunciado sin que tenga conciencia de ello (hasta ese punto ignora a las jóvenes a las que engaña), o a la respuesta airada de las mujeres y los hombres sensibles que lo escuchen. Mujeres que, vaya por Atenea, sí tienen voluntad, sí tienen deseos, y los expresaron con la denuncia y la censura inmediata contra este atropello.

La fiscalía, a requerimientos del Ministerio de Igualdad, abrió una investigación contra el tiktoker que esperamos que sirva de ejemplo para otros jóvenes y, sobre todo, que contribuya a crear un imaginario de relaciones afectivo sexuales basadas en la igualdad, donde haya reconocimiento mutuo y las mujeres sean consideradas sujetos de derechos, con voluntad y deseos propios. Unas relaciones donde el acto sexual no sea un ejercicio de la dominación masculina sobre sus cuerpos, desprovistos una vez más de humanidad.