Que tenemos una Región tremendamente plural, rica y diversa es una obviedad. Desde su geografía y orografía que motivan y ocasionan escarpados paisajes de montaña, pintorescas casas cueva, infinitos arrozales y viñedos o tibios y tranquilos mares (aunque éste no se encuentre en su mejor momento); a otros aspectos más etnográficos y patrimoniales que definen nuestra variada y heterogénea identidad. Esta diversidad se da también en nuestros museos, pues son profusas las alternativas culturales de las que podemos disfrutar. Desde el ARQUA, en la ciudad portuaria, al Museo de la Música, en Barranda, o el Salzillo en la capital.

Si en el siglo XIX las leyendas del gusto más romántico hacían de la Iglesia de Jesús, sede del actual Museo Salzillo, una parada obligada para los peregrinos que querían contemplar la obra del imaginero; hoy día siguen siendo los devotos y/o amantes del arte los que transitan la circular planta del templo buscando y reviviendo aquella Pasión que el maestro imaginó para su Murcia natal.

Entre los muchos ilustres visitantes se recuerda la figura de la contundente Emilia Pardo Bazán quien aseguró que La Dolorosa no estaba menos que cautiva en aquella especie de museo, pues parecía escondida, por su difícil contemplación. Lejos de aquella impresión que recibía la escritora gallega, el Salzillo ha ido adaptándose al acontecer de los últimos tiempos con propuestas de innovación y accesibilidad pioneras en la Región. ¿Qué pensaría aquella ‘disgustada’ Emilia de la actual visita virtual en 360º que se puede realizar de algunas piezas? Admirando cada detalle hasta sentir casi tocarlo.

Y es que hasta el Barroco más célebre ha sucumbido a las nuevas tecnologías con proyectos de innovación educativa como sus Hilos Salzillescos en twitter o, incluso, adaptándose a las restricciones de una pandemia y confinamiento con las que se cerraban todas las salas de exposiciones del país: visitas guiadas online, conferencias y seminarios virtuales e incluso talleres en red para escolares.

Debo reconocer que visité por primera vez el Museo con más de treinta años; pero desde aquel momento han sido muchas y desiguales las circunstancias que me han hecho volver a aquel espacio en el que jamás he tenido una experiencia igual. En las últimas, lo he disfrutado en familia participando del asombro de mi hijo al descubrir las imponentes esculturas. Y es que una visita al museo Salzillo sigue siendo uno de los más fascinantes viajes, ahora también gracias al mundo virtual, que se pueden hacer para ser nosotros los cautivos del arte.