Mientras la mayoría tenemos (creo) unos semáforos mentales que nos impiden hacer cosas suicidas o poco afortunadas, y nos permiten hacer otras, que sí son convenientes o seguras, el hijo de un amigo nuestro lo veía todo con luz verde. Esa luz verde, bien grande, y permanentemente encendida, hacía que no parase un momento, ni en clase ni en casa, y que fuese imposible hacerle respetar norma alguna. A partir de un momento, aquello empezó a ser un problema. La mirada atenta de estos padres les permitió ver, con la suficiente nitidez, que algo no cuadraba.

Es increíble el dato, pero entre el quince y el veinte por ciento de nuestros adolescentes, tienen, o tendrán en algún momento de su vida, un trastorno mental. Y aunque el dato me parece bárbaro, es necesario desdramatizar la posibilidad de que nos toque. Unos padecen de los riñones, o son alérgicos, y eso condiciona muchísimo sus vidas. Pero, aunque nada da tanto miedo como un trastorno mental, una mirada atenta evitará que, si lo tenemos, se cronifique o se agrave.

Durante la adolescencia, esa etapa en la que el cerebro se transforma, es más necesario que nunca estar atentos para poder detectar la eclosión de un problema. No sabemos cuándo se genera, pero sí estamos seguros de que el TM no tratado, suele generar problemas a la larga, y es una fábrica segura de adultos con discapacidades muy difíciles de solventar.

Afrontar eso requiere comprender que el cerebro adolescente está en una etapa de cambios. Que unas conexiones nuevas aparecerán, y otras no se darán más. Y que esos cambios no se darán solos, de forma espontánea. El cerebro no crece como el pelo. Se desarrolla a través de lo que capta, de lo que le rodea y de lo que le sucede. Visto así, imagínate cómo es de importante ofrecer al adolescente experiencias buenas, que tengan un impacto positivo en su cerebro.

Me parece un reto en todos los sentidos acompañar a nuestros adolescentes en su transformación en adultos sanos, y creo que vale la pena hacer el camino juntos. En una charla de esas que me mandan, hablan de la importancia de promover en los adolescentes hábitos de vida saludables, pautas de sueño, de alimentación sana y de deporte. Es sorprendente ver cuánto sabemos de crianza de bebés, aunque no hayamos tenido hijos, y el vacío de información que hay cuando hablamos de adolescentes.

Luego están las tecnologías. Te vas a pasmar, pero por lo visto, lo que mejor funciona para evitar atracones es el ejemplo. No sé cómo lo voy a hacer, teniendo en cuenta que tengo que guardar el móvil en un cajón, porque continuamente me llama. Entiéndeme, aunque no me llame nadie.

En la charla hablaban también de la necesidad de negociar. De escuchar con atención, de verdad, y de tratar de entender. No se trata de ceder, sino de ponerse en modo propicio para captar las señales que el adolescente envía. Y que se sienta escuchado.

Si después de todo eso pasa como con el hijo de mi amigo, y hay cosas que no cuadran, hay que perder el miedo a pedir ayuda profesional. La mayor parte de las veces no sucede nada. Pero si ocurre algo, hay que actuar. Y hay que acompañar. Que el adolescente se sienta apoyado sin fisuras ni opiniones, también cuando algo no va bien. Le ayudaremos a convertirse en un adulto seguro.

He de decirte que el hijo de nuestro amigo creció, y se hizo un hombre. Aprendió a tocar un instrumento y a convivir con lo suyo, y se convirtió en una persona de relativo éxito. ¿Sabes lo mejor? Que el éxito fue de todos.