Lo sé, llego tarde; medio mundo la ha visto ya y al otro medio le parece un cándido cuento de niños frente a los sanguinarios y macabros juegos de los del calamar que tienen a millones de los cinco, seis o siete continentes (ni en el número nos ponemos de acuerdo, mira que somos jodidos los humanos) inexplicablemente abducidos y a mí, horrorizada con tanto tiro y tanto cadáver. Qué le vamos a hacer, empecé con Los Durrell hace tan solo unas semanas y a falta de los últimos capítulos ya la declaro mi serie favorita aunque sea la coreana de la que les hablé más arriba la que esté de moda y acapare todas las tertulias y titulares.

¿Conocen Grecia? De Atenas recuerdo un romántico atardecer en el Partenón y el trompazo que nos dimos de regreso con la Vespa alquilada que a mi novio de entonces le costó un par de costilla y un brazo escayolado. ¿Y sus islas? Un agosto de hace mucho navegué por Sifnos y un Meltemi fuerza 8 casi hunde nuestro barco. «Metan el dinero y el pasaporte en la bolsa seca», gritaba el capitán. Qué pesadilla, pensé que nos ahogábamos, menos mal que todo quedó en un espantoso susto y regresé a España vivita y coleando. En Corfú no he estado y de este invierno no pasa: quiero descubrir dónde pasaron esos felices años los Durrell, mi familia televisiva preferida, y caminar los acantilados blancos cuajados de verde de Cabo Drástis que en la serie lucen tan espectaculares.

Con poco más de cuarenta años dejé Murcia y crucé el Atlántico para vivir en la otra punta del mundo y sé lo cuesta arriba que se hace empezar desde cero una nueva vida y lo que duele sentirse tan lejos de casa. Harta de la conservadora y opresora sociedad británica y de vivir en la fría Bournemouth, Louise Durrell lo hizo en los años treinta y puso rumbo a Corfú justo antes de la Segunda Guerra Mundial, viuda, con cuatro hijos y casi arruinada. Qué coraje y qué valentía el de esta madre, a la que en la serie da vida la adorable actriz Keeley Hawes, para salir adelante. La historia es verídica y muchos años después, convertido en un reputado naturalista y en un investigador incansalbe, la contó con mucho humor su hijo Gerard en su famosa y recomendable trilogía: El jardín de los dioses, Pájaros, bestias y parientes y Mi familia y otros animales.

La serie, dirigida por Steve Barro, es un canto a la vida narrado con ingenio y sin un ápice de mentira o cursilería, por eso me gusta tanto; también por ser una excelente terapia para estos tiempos a veces tan absurdos e impostados. Los Durrell son de verdad, de carne y hueso, vivieron libres y lograron todo lo que soñaron: Gerry abrió en Jersey un zoo, Lawrence se convirtió un escritor de culto con libros como El cuarteto de Alejandría, Margo viajó por el mundo… Anímense a verla, la encuentran en Filmin, y déjense inspirar por esta peculiar y entrañable familia; también por el médico Theo, Sven, la condensa Mavdoraki, el guapo y servicial Spiro, la hipocondriaca Lugaretzia, la tía Florence, el doctor Petridis, el monje Pavlos...

Y por Corfú y el Jónico que no hay plano en el que no aparezca tan luminoso y de un azul tan azul que parece inventado.