Parece ser que en el año 2050 serán 9.500 millones los seres humanos que habiten en este planeta, con alguno más suelto en la Luna y en Marte, si se cumplen las predicciones. Hasta hace nada se hablaba de 10.000 millones, pero la cosa decae. Y es así porque, conforme los habitantes de las zonas rurales de los países menos desarrollados se incorporan a las ciudades, o más bien megaciudades como Méjico DF o Nairobi, menos falta hace tener muchos hijos para que trabajen en las granjas y soporten la vejez de sus progenitores. Eso sin contar el descenso progresivo de la esperanza de vida que afecta a un país tan desarrollado como Estados Unidos debido a la epidemia de opiáceos, la obesidad rampante (con la diabetes como resultado) y, para guinda, más de 30.000 muertos por arma de fuego que completan un panorama desolador.

El fenómeno de la disminución de la natalidad sufrió un gran impulso con la revolución de la píldora anticonceptiva en los años 60.Y no solo por la contracepción en sí (al fin y al cabo, el infanticidio era el método preferido y muy efectivo para regular el número de hijos hasta entrado el siglo XIX), si no porque permitió que las mujeres accedieran de forma masiva al mundo laboral, en detrimento de la concepción y crianza de muchos hijos. Que las mujeres dispusieran de un destino alternativo a la dedicación familiar supuso un avance a nivel individual, pero la demografía se resintió de forma notable y ahora estamos comprobando las consecuencias. El declive de natalidad se podría compensar de momento si las fronteras de los países desarrollados estuvieran abiertas a la inmigración, pero, como estamos viendo estos días en el caso de Reino Unido y, en menor medida en Europa y en España, si cierras el grifo de la inmigración hay partes de la economía que se resienten. En todo caso, los inmigrantes serían un parche temporal, porque la tendencia al desarrollo y la urbanización hará que dentro de poco no haya tampoco inmigrantes disponibles para llenar los puestos de trabajo que hacen falta en el mundo en su conjunto, y en el mundo desarrollado en particular.

¿Y qué hace la naturaleza para buscar el camino de la perpetuación de nuestra especie, aún a nuestro pesar? Lo más obvio es la invención de múltiples formatos de familia para facilitar el nacimiento y crianza de los hijos. Con toda probabilidad, la familia tradicional seguirá entre nosotros por mucho tiempo, y seguramente como modelo dominante. Los lazos emocionales que unen a padres e hijos, hermanos entre sí, o nietos y abuelos, seguirán teniendo preferencia frente a otras fórmulas alternativas. Pero las fórmulas alternativas, básicamente un adulto haciéndose cargo de la crianza de un niño o niña, solo o en compañía de otros, tendrán cada vez más presencia en nuestra sociedad. Es la fórmula preferida por las mujeres a las que su carrera profesional ha desviado definitivamente del proyecto familiar, que requiere una dedicación y entrega incompatible a menudo con la dedicación y entrega a un puesto de responsabilidad. La progresía norteamericana, especialista en generar expresiones políticamente correctas, ha bautizado uno de estos formatos alternativos como ‘elective co-parenting’, o sea, que una mujer se pone de acuerdo con un varón para engendrar un hijo y criarlos conjuntamente sin que medie convivencia ni compartición de activos o rentas.

Es una fórmula inteligente que cada vez mayor número de mujeres empoderadas adopta. Respeta el criterio tradicional de que un niño debería tener un padre y una madre, pero sin que medie una institución vinculante y coercitiva como el matrimonio. Se acabaron los celos, el desamor, el divorcio y el abandono del hogar, porque básicamente no hay ningún hogar que la pareja tenga que abandonar. La ciencia, que ha creado en parte el problema de la disminución de la natalidad (en los 60 con la píldora contraceptiva y ahora con el par de píldoras abortivas que eliminan el antiguo drama de la interrupción quirúrgica del embarazo), ofrece por otra parte incentivos para solucionarlo. Hace unos días se produjo un gran avance científico, protagonizado en parte por investigadores de la UPTC, que va camino de facilitar el desarrollo de un bebé humano fuera del cuerpo de la madre, en un útero artificial.

La costumbre que se está imponiendo entre mujeres jóvenes solteras de congelar los óvulos para permitir una concepción normal con una edad más avanzada, va en la misma dirección. La gestación subrogada es otra solución, pero me parece la peor de todas las fórmulas por muchos motivos.

Lo más interesante de estos modelos de familia alternativos, que facilitarán en un futuro la recuperación de la natalidad y el mantenimiento de nuestra especie, es que van eliminando el conflicto y el drama desligándolo de la intensidad que implican las relaciones tradicionales en el triángulo de partida que forman la mujer, el marido y los hijos. La infidelidad del marido induce a un drama que la mayor parte de las veces es pasajero. La mínima sospecha de introducción de genes ajenos al del marido y la posibilidad de que este críe vástagos provenientes del esperma de otro macho, ha sido motivo, por el contrario, de tragedias sin cuento. La familia tradicional es una fuente inconmensurable de felicidad, pero puede devenir en una orgía emocional y en tragedia con cierta facilidad. Abrir el abanico de formatos familiares sin duda contribuirá a la relajación del ambiente, y a una disminución notable de la lacra que constituye la violencia doméstica. La posibilidad de que parejas del mismo sexo adopten y críen hijos, representa también un avance notable en la buena dirección.

Aunque facilitar la conciliación familiar va avanzando en nuestra sociedad (otra forma de recuperación de la natalidad) el mayor escándalo desde mi punto de vista es que el Estado gaste una fortuna en alumnos universitarios incompetentes y una miseria en la gratuidad de guarderías que faciliten los años más complicados de la maternidad. Deberíamos aprender de la naturaleza y de las mentes abiertas para arbitrar soluciones imaginativas y prácticas que eviten el desastre demográfico que se nos avecina.