El escritor Sergio Ramírez no tiene la suerte de vivir en una dictadura de derechas-derechas, sino en una de pseudo-izquierdas, es decir, en un régimen militar y paramilitar (ambos términos suelen coimplicarse) que niega la libertad de pensamiento y expresión, así como vulnera los principios más elementales de la democracia, disfrazando el terror con la pátina de marchitas gestas revolucionarias. 

Sergio Ramírez ha sido víctima de la feroz dictadura de la familia Ortega, negreros y dueños absolutos de un pequeño país llamado Nicaragua, ¡nada menos que la patria del revolucionario de la poesía moderna en español, el gran Rubén Darío! Esta revolución rubeniana sí que no ha envejecido.

Un país que en sus tiempos pasados dio cuna y palabra a uno de los mejores poetas de la historia del español ha degenerado en un inframundo, una infraCuba, tras la apropiación de la revolución sandinista por el comandante Ortega y sus deudos ávidos (de dólares, que no de versos ni prosas profanas).

Un país que nos manda exilados, emigrantes, niños para educar (yo mismo he sido, en un instituto, profesor de algunos adolescentes nicaragüenses, a los que devolvía parte de su autoestima perdida el tener noticias de que su país era cuna de Rubén Darío, cuya foto aparecía en el libro de Literatura). Un país, Nicaragua, del que también, hace unas décadas, nos vino un Premio Cervantes, Sergio Ramírez, perseguido ahora en su tierra.

Amnistía Internacional, la militancia de los partidos democráticos españoles y europeos deberían no cesar de pedir para Ramírez el mismo amparo que recibiría éste si fuera perseguido en una dictadura de derechas. La experiencia del siglo XX enseña qué poco va de una etiqueta a otra (derecha o izquierda) cuando se trata de regímenes que persiguen, amordazan, encarcelan y odian la inteligencia en todas sus expresiones.

Daniel Ortega encabeza una dictadura noofóbica, caracterizada por el odio a la inteligencia y, en especial, a las letras críticas y a la libertad cervantina y rubeniana. Sin embargo, en el patio mundial, muchos (miles o millones de fantasmas) perdonan con su silencio a quien es un dictador ‘de los suyos’.

PS: Admita el lector el término ‘noofobia’ (odio a la inteligencia; de noos, inteligencia, y fobos, miedo y odio) a semejanza, en otros órdenes, de términos como noosfera y noogénesis. El vínculo de noofobia y dictadura quedó inmortalizado, icónicamente, en el grito «¡Muera la inteligencia!», que se atribuye a Millán Astray, fundador de la Legión, ante el rector Miguel de Unamuno el 12 de Octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca.