Los que hemos sido siempre de dar la mano no lo hemos sabido hasta estos tiempos de mierda. Pero ¿cómo somos de dar la mano tantísimo? Lo somos. Casi más que de abrazar. Y mira que somos de abrazar por aquí. Menos mal que los buenos días siguen impertérritos ahí en las mañanicas de paseo y amanecer, ya sea junto al mar o de camino a por el pan o en medio del monte. Los buenos días no contagian nada y qué bien sientan. Pues lo de dar la mano, que es a lo que vamos, debemos desescalarlo ya. Pero ya. Hoy. Que nos hemos lavado las manos en dos años para siete vidas y resulta que este año hace unos meses científicos publicaron en Science que nanai, que el covid es cosa del aire y que no se contagia por contacto, ni permanece en superficies. Nos ha jodido. Y ahí seguimos con el hidroalcohólico. Bueno, que ya sabemos que siempre hay un ¿y si sí? Dicho por Mota en Casas Ibáñez, pero que no. Que lo de darnos el puño así levantando las cejas lanzando el mensaje corporal de qué le vamos a hacer tenemos que saludarnos así, es un no pero no corroborado por la OMS.

Pues ahí seguimos. Puño con puño y chistando hacia dentro. Vamos a seguir con lo de lavarse las manos, por favor. Esto sí. Lo de lavarse las manos no es que evite solo enfermedad, es que evita casi todo. Así que esta costumbre de poder hacerlo en todos sitios es maravillosa, y que se quede. Pero lo del puño o el saludo de inclinación, o el toque de codo (uf, el toque de codo es el peor), o el toque a medio brazo, o las autopalmadas en el corazón: Madre mía las autopalmadas… No sé cuál es el peor. Todo lo que se ha inventado que sustituya a dar la mano o un abrazo ha sido un desastre absoluto. Como decía el gran Edu Casado el otro día, nos pasamos el saludo echando un Piedra, Papel o Tijera que a veces recuerda a aquella genial escena, quizás la mejor de la década, en la que cuatro generales rusos iban cambiando de saludo y postura según hacían los demás, sin coincidir ni una sola vez.

Empiezo la desescalada. Intuyo que no va a ser fácil, pero ahora mismo el mundo se divide en dos tipos de personas, los que dan la mano y los que dan el puño. Yo banco a los de la mano abierta de los noventa. A la mano de los ochenta, a la mano que daban los payasos de la tele, incluso. A dar la mano en modo superlativo, estilo látigo, y apretar como si fuéramos He Man. Abogo por la mano y aviso, insistiré. Cuando encuentre un puño o un codo mantendré la mano como el buenos días al amanecer en un sendero del Valle Perdido o en el paseo marítimo junto a la panadería. Digamos adiós a los puños y codos. Demos la mano, que igual lo próximo es ya la mascarilla. Vale.