Los españolitos que ya peinamos canas, solo canas, ni un solo pelo castaño, como antaño, tenemos la ventaja de haber vivido unos cambios tremendos de contexto vacacional, de cómo y dónde hemos pasado los veranos a lo largo de nuestras vidas.

No es que para todos haya sido igual, por supuesto, pero quizás cada verano haya tenido siempre algo en común para cada uno de nosotros. Como pueden ver, busco el grado de identificación de los de mi añada, a la vez que trato de mostrar cómo han sido las cosas para los que han venido detrás, ojalá vivan todos muchos años. He aquí unos ejemplos:

Verano nº 1: (Finales de los años cuarenta y principio de los 50 del siglo XX). La gente sencilla (desde la clase media baja hasta los pobres como ratas) no veraneaba. De hecho, a muchos trabajadores sus jefes les ‘pagaban’ las vacaciones para que siguieran currando, y, en todo caso, se tomaban algún día libre.

Los críos, enseguida, con muy pocos años, quizás ocho o nueve, en Cartagena, nos íbamos a bañarnos a los bloques de piedra esos que ven ustedes junto a los faros del puerto. Allí aprendíamos a nadar por las buenas o por las malas, porque si no aprendías te ahogabas. Era muy corriente que un chico se viera en apuros, que los demás gritaran pidiendo auxilio, y que algún hombre adulto se tirara al mar y lo salvara. Cuando llegabas a tu casa no decías nada del accidente porque si no tu madre no te dejaría ir a bañarte con los amigos nunca más. Y ya está, hasta la siguiente.

Verano nº 2: (Finales de los cincuenta y principio de los sesenta). A los jovenzuelos de la época, que ya estábamos todos trabajando y algunos estudiando a la vez, nos dijeron que en Fuengirola, Torremolinos, Marbella y demás costa adyacente había aparecido una especie humana a la que llamaban ‘suecas’ muy dadas al ‘amor libre’. Lo habrán visto ustedes en las películas de Alfredo Landa, pero nosotros lo vimos en directo. En estos lugares estaban construyendo apartamentos y hoteles como el que hace churros, y todo estaba lleno de turistas de toda Europa, que, fuesen de donde fuesen, los naturales de la zona las llamaban ‘suecas’.

Al haber tanta construcción, un gran número de hombres fornidos por el duro trabajo de la albañilería, la carpintería y la electricidad pululaba por las playas al atardecer, y ciertamente que, cuando aquellas suecas ya se habían tomado unas cuantas sardinas y dos o tres vasos de sangría fresquita, muchas de ellas se decidían a bañarse y ahí estaban los recios españoles curtidos por los duros oficios que aparecían en el agua dispuestos a hacer felices a aquellas señoras, asunto que ellas muy a menudo aceptaban por aquello de llevarse de recuerdo un poco de sexo español, en el que todo el mundo decía que éramos de lo mejorcito de Europa. Todo esto, claro está, sin que pudieran siquiera cruzar una palabra con el fornido porque materialmente nadie hablaba inglés en estos lares por aquellos tiempos. También se ligaba en los bares, en las discotecas y hasta en misa, con miraditas y tal.

Verano nº 3: (Los setenta) No se pueden ustedes imaginar la diferencia de ambiente que se produjo entre los primeros años de este decenio y los últimos. La razón es que, justo a la mitad, se murió aquel hombre, Franco, ya ves tú, que parecía que iba a durar toda la vida. Hasta ese momento las cosas eran superponibles, como la salud del general. Los de mi quinta comenzábamos a traer niños y niñas al mundo y también la situación económica de muchos de los de los dos veranos anteriores había espumado, como aquel que dice.

La mayor parte de nosotros teníamos salón-comedor, baño completo, hasta con bidé, y muchos podíamos irnos a la playa unos días o incluso semanas. Todavía había gente que venía al Mar Menor con una camioneta o una furgoneta, la colocaba cerca de la orilla, y se pasaba el día bañándose y bebiendo cerveza, comiendo tortilla y conejo frito con tomate, y poniendo la sandía atada con una cuerda dentro del mar para que estuviese fresquita. En los años finales de los setenta se hablaba mucho de política, votamos, por fin, joder, y nos sentíamos muy ilusionados. Fueron buenos años.

Veraneo nº 4 (este) Un sinvivir con lo del Mar Menor. Menos mal que salud no nos falta, a pesar de haber vivido todo lo anterior.