Oigan¿no les parece que estamos viviendo en el interior de un laberinto en el que aunque volvamos atrás y rectifiquemos siempre nos encontramos en la entrada?

Es la sensación que percibo esto días previos al mes de excelencia de las vacaciones. Como si el cerebro nos hiciera esa jugarreta de sentir el presente como si ya lo hubiésemos vivido con anterioridad. Seguro que les ha pasado: le llaman los finos el déjà vu.

No me negarán que resulta chocante que estemos ahora mismo hablando de mascarillas en playas sí o no, de distancias entre sombrillas, de cuadrículas y hasta del niño deja ya de joder con la pelota por si el contagio. Lo mismo del verano anterior.

Igual de liados con lo de las mesas dentro o fuera, de la casa o solo de los bares; que si cuantos eran y si lo de los allegados cuentan o no cuentan esta temporada como convivientes; que no se sabe dónde se fuma o se deja de fumar y a no sé cuanta distancia de una barra que más parece una valla electrificada por cómo ahuyenta a los clientes. Que si esta norma es de la provincia vecina o de ésta; que lo del cierre y a qué hora con o sin toque de queda. Y las sanciones estas valen o son de pega como las otras, esas que ahora las tienen que devolver a los que las han pagado, que debían ser tres o cuatro como mucho.

Sí, estamos igualito que el verano anterior, lo mismo de liados y sospechando que los efectos positivos de semejantes galimatías normativos serán de entre cero y menos uno para contener la pandemia con una variante que contagia solo con mencionarla.

Pero otros acontecimientos tozudamente repetidos quizás hayan de tomarse a menos guasa. Nuestros mayores en residencias vuelven a ver restringidas las visitas y salidas, los pacientes en hospitales se quedan sin compañía (salvo excepciones) y el miedo a infectarse aun contando con la vacuna devuelve a casa a muchos vulnerables.

Ya nos hablaron antes de agosto pasado de recuperación económica y de Fondos Europeos, pero las colas del hambre siguen teniendo la misma extensión y pronostican que, como de costumbre, los más débiles se quedarán atrás.

Lo único distinto de lo ya vivido el pasado verano fue que, entonces, no podíamos imaginar que lo peor de la pandemia esperaba en otoño-invierno a cerca de 1.500 murcianos, diez veces más que en primavera.