Y los llamados artistas, casi sin fuerza al sentirse incomprendidos, seguían esbozando ideas. Dibujando palabras e inventando sonidos que acabarían corrompidos por pasar guardados más tiempo de la cuenta, encerrados en carpetas de cartón o en archivos que jamás verían la luz.

La sombra de los que llenan plazas o decoran las paredes de un museo es demasiado alargada para quien se siente agotado, casi con la ilusión perdida. El sistema manda, y ante tal regocijo de mediocridad se sienten exhaustos, agotados, medrosos y desconfiados. Casi casi con la ilusión perdida.

Alguien, una vez, les prometió llegar muy alto. Pero la letra pequeña de ese contrato contemplaba que si su talento no estaba en venta, todo quedaría en un quiero y no puedo... la demanda admira a los que caminan preñados de vulgaridad. El producto fácil, el de usar y tirar. Sin tener en cuenta a los que admiramos el arte que emerge de los suburbios del hemisferio sur, casi siempre los olvidados. Decadencia y revolución conviven en el mismo circo, luchando como gladiadores porque alguna prevalezca al repudio. Es una pelea sin sentido, sabiendo de antemano que una de ellas, tal vez las dos, quedará estrangulada en el foso.

Es la trama misma de la historia, que diría Unamuno, y pasará que el mañana se reirá de la bienaventurada insensatez con la que muchos no supieron valorar vuestra obra.

Los sueños como forma de vida, las expectativas... Largas noches de insomnio son las culpables de que casi al alba la poesía; las letras y el enfoque, comiencen a tomar forma, a cobrar vida. Imaginar escenarios, decorados, sabiendo que al final te conformarán con un paisaje urbano sito en el extrarradio, pero tú sabrás exprimir esa esencia hasta las últimas consecuencias.

Porque aún crees en la libertad como estandarte, en la necesidad de que tus noches, encerradas en ríos de tinta, humo y alcohol, dejen de sentir dolor. Que puedan asomarse a una mañana fresca, y alguien al otro lado quiera saborearlas de manera menos dolorosa que la de la nebulosa envolvente de tus pesadillas. Tus palabras necesitan esa luz para liberarse de la condena de que sólo suenen en tu cabeza y queden al final, convertidas en ceniza como tantas otras veces sucedió.

Pero hoy te has despertado sin sobresaltos, nada importa cuando no se tiene remedio, cuando no hay que rendir cuentas, pues a todos les debes. No contemplas el descanso, tu barco hace demasiado tiempo que se fue a la deriva y casi no te quedan fuerzas para saltar, nadie escuchará tus gritos. El tiempo pasa, y casi sin querer el crepúsculo de tus días se ha convertido en un otoño demasiado seco y frío, así no los recordabas. Dejémoslo en fragilidad, tú estás indefenso, inseguro, débil...

Una forma como cualquiera de describir el deterioro de tu madurez. Piensas que nadie te cree, pero somos muchos los que seguimos queriendo escuchar tu sonata, queremos leer tus reflexiones de palabras empañadas y anotar cada coincidencia. Te volverán a soltar la mano para que elijas irte, debe ser insoportable el dolor de no sentirse amado. Pero es lo que te da fuerza para seguir alimentando tu alma de contador de historias.

Esas milongas que antes embaucaban a ingenuas vestales, las que mostraban los rincones más recónditos y exquisitos, los de la seducción que delante de un espejo representabas en tus noches en vela, en las que tu inquietud te hacia caminar por laberintos, abrir cientos de puertas cerradas a cal y canto para adentrarte en ellas con la excusa de haber disipado formas.

Hombres de alquitrán que abren sus brazos para llamar tu atención y corras apresurado a colarte en sus abrazos antes que desaparezcan, te encanta abarcar el miedo, ceñirte al temor, pero esta vez aprieta con fuerza. Respirar sólo depende de ti, pierdes la vida en cuestión de segundos pero estás tan distraído que te merma la capacidad para verla pasar, pasar en fotogramas, como esos que tú mismo creaste un día para plasmar tu revolución interna. Y hay veces que no puedes más, como al principio, te sientes incomprendido.

Has gastado una vida girando pendiente de la mirada de los demás, sufriendo la calificación que asignaban a tus creaciones tan meritorias y abstractas, en las que sólo reparábamos un puñado de locos que al igual que tú, hacemos todo por amor.

Canción que escucho mientras escribo: Caffe de la paix, Franco Battiato