En un tono absolutamente imperativo me dije a mí misma que hoy tocaba hablar de un imprescindible, Rober Nesta Marley, más conocido como Bob Marley. Un músico, compositor y humanista jamaicano nacido un 6 de febrero de 1945 y que falleció un 11 de mayo, hace la friolera de 40 años. Cuatro décadas después de su muerte, el cantante sigue siendo referente de la Música Reggae (Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco desde 2018) como alusivo sigue siendo de su país.

Casi todo se ha contado ya de él, pocos son los que cuentan con casi 500 biografías escritas. La mayoría, versiones cargadas de un romanticismo impropio con la realidad de haber tenido una infancia sometida a la más estricta pobreza, queriendo caracterizar al personaje como adalid político por sus letras de protesta o su lucha contra la opresión a la raza negra. Y cierto es que jamás se consideró parte de ningún movimiento político, simplemente porque como pacifista y por su gran apego a la filosofía rastafari, Marley huía de cualquier circunspección: «Ni marxista ni capitalista, rasta». Él no dictaba leyes, se limitaba a seguir el camino de una lucha social, orgulloso de su descendencia africana. Agitando conciencias a ritmo de guitarra acariciada rítmicamente con los dedos índice y pulgar.

Y vaya si lo consiguió; son millones los seguidores con los que cuenta , que innecesariamente portan rastas o neblina marihuanera, pero que se suman a la lucha por la recuperación de la memoria histórica de los africanos, que esclavizados, deportaron a América (mucho que aprender de ellos). Claro está que en la segunda mitad del siglo XX la esclavitud hacía mucho tiempo que estaba abolida, no así las condiciones de vida de los negros en según qué zonas del continente americano. La música, como siempre, sirvió de emisor para contar al mundo cuál era la situación... «Stand up for your rights» como himno. Levántate, ponte en pie, defiende tus derechos y no te rindas.

Y ese era él, «el mestizo que sedujo a los blancos «, el hombre que cumplió su sueño, el gran ídolo que lanzó proclamas en pos de la paz, la libertad y la concordia. Un referente social que incluso habiendo sufrido varios atentados, siguió siendo icono del pacifismo y la lucha por los derechos civiles, un blanco para los negros y un negro para los blancos, que siempre nadó entre dos aguas sufriendo, antes de llegar a ser quien fue, el desprecio por parte de una sociedad que castigaba al mestizo.

La primera estrella mundial de la música surgida en un gueto del tercer mundo. Me reitero, poco o nada se puede contar ya que no se sepa de Marley; pero elaborando el artículo me he quedado petrificada recordando las palabras que, en su lecho de muerte, el músico dijo a su hijo Ziggy: «Llévame contigo cuando te vaya bien, no me defraudes cuando te vaya mal». Y es ese uno de los mejores regalos que un padre puede hacer a sus hijos, el traspaso generacional de ese pensamiento y esa forma de vivir. Sigo recreándome en las frases célebres que un día, en mitad de un concierto cualquiera o de una reunión junto a sus seres queridos el músico emitió: «No ganes el mundo y pierdas tu alma; la sabiduría es mejor que el oro y la plata, como es mejor morir luchando por la libertad que ser prisionero todos los días de tu vida».

Y es ahí cuando levanto la mirada y veo claro que hoy no puedo seguir hablando de Marley, menos aún de la LIBERTAD. Porque de repente aparece el significado en unos términos que para nada coinciden con lo anteriormente expuesto. Veo en la televisión del bar donde estoy sentada escribiendo el artículo, hordas de jóvenes y no tan jóvenes alzando su kalimotxo al grito de «¡Libertad!». Hoy han podido salir a celebrar el final del estado de alarma, se han quitado la mordaza, literalmente. Ya no quieren tener la boca tapada por un trozo de tela sanitaria. De hecho, la mayoría la lleva a modo de babero. No entienden que ser libres es estar exentos de un virus que aún hoy nos mata. Y siento impotencia, vergüenza y ganas de llorar. Primero porque tengo un hijo y sobrinos en plena preadolescencia, y segundo, porque he vivido en el infierno los últimos 15 meses. Nadie me lo ha contado, he estado ahí. Me pregunto qué pensaría Marley de este ‘movimiento’ de chavales que bailan la conga a ritmo de reguetón mientras gritan «Libertad». Y vuelvo a tener ganas inmensas de llorar de impotencia. Porque, me disculpen los negacionistas, yo he estado ahí, atendiendo a enfermos moribundos que literalmente se abogaban, viendo a los celadores del hospital bajar temblando y con crisis de ansiedad a la morgue para subir la camilla plateada, cual panza de burro pero fría, muy fría, más que el hielo. Imposible olvidar el chirriante sonido de sus ruedas o el de la cremallera que abre y cierra la bolsa mortuoria.

No tienen idea, los que saltan borrachos en nombre de la libertad, los que colapsan Urgencias por caídas tontas que les fracturan un hueso o con un coma etílico. No tienen idea de que no hay nada que celebrar porque no han olido la muerte de cerca tantas veces el mismo día, ese olor dulzón y nauseabundo que jamás desaparece. Sólo os lo han enseñado en las noticias, pero no habéis tocado la mano temblorosa de un infectado que no se puede despedir de la familia, que espera noticias, impacientes y tristes a las puertas del hospital.

He olvidado a Marley, y he pensado en Jesús entrando en el patio de Los Gentiles. De repente sólo quería que alguien me diera un látigo de siete cuerdas para fustigar a todos los que con su comportamiento incívico, indecoroso, deshonran a nuestros mayores. A los que no han podido soportar el virus, nuestros abuelos. Los que, jugándose la vida y el poco pan que tenían para llevarse a la boca ,salieron despojados de miedo a gritar en plena calle por los derechos de los trabajadores . Los que han sentenciado la lucha de clases entre explotadores y oprimidos, los que han conseguido una jornada laboral digna o la igualdad de condiciones entre un hombre y una mujer. Como pacíficamente, a ritmo de reggae hubiera hecho Bob Marley, y no esta chusma irrespetuosa que desconoce la decencia, que nos avergüenza a la gente de bien y hacen que nos preguntemos cabizbajos a los que somos padres qué narices estamos haciendo mal, teniendo tanto a nuestro alcance, empeñados en destrozarlo. Como casi destrozado ha quedado mi artículo, que no mi homenaje a un hombre cuya admiración por él sentiré infinitamente.

Canción que escucho mientras escribo:

Stand up for your rights

Bob Marley.