Cuando empecé a vivir en Murcia me sorprendió el significado que se daba a algunas palabras del castellano. ‘Apañado’, por ejemplo, no designaba a una persona habilidosa, sino egoísta. ‘Curioso’ no era alguien con interés por las cosas, sino ordenado y limpio. ‘Asqueroso’, lejos de ser quien inspiraba asco, equivalía a aprensivo. Pero lo más chocante era el uso de ‘capullo’ (un insulto en el resto del país) como interjección, igual que ‘coño’ o ‘joder’. Al principio, cada vez que mis interlocutores, durante una conversación informal, remataban sus frases con ‘capullo’, no podía evitar sentirme ultrajado.