Así se tituló en España una obra maestra del cine B de ciencia ficción de los años 50, una interpretación libre del título original en inglés, que para el tema de este artículo es más expresivo: El día en que la Tierra se detuvo. Porque un día como estos del pasado año, todos tuvimos la sensación de estar protagonizando una película de ciencia ficción, con imágenes de avenidas y autopistas completamente vacías y la vida social completamente detenida. Solo faltaba para completar el escenario hierbajos rodantes como en una ciudad abandonada y, por supuesto, algunos zombis desorientados. Después de decenas de millones de personas contagiadas y casi tres millones de muertos, parece que nos acercamos a un final feliz en los que los supervivientes seremos salvados in extremis por unos buenos habituales de este género cinematográfico: los científicos que han descubierto unas vacunas seguras y eficaces en un tiempo récord. Aún así, transcurrirá mucho tiempo hasta que se nos pase el susto.

Precisamente si algo ha tenido de positivo este evento catastrófico, es que ha despertado la conciencia mundial sobre el hecho de que estas cosas pasan (’shit happens’, la mierda ocurre, que dicen los angloparlantes). No será una invasión extraterrestre, como en Ultimátum a la Tierra, en La invasión de los ladrones de cuerpos o La cosa de otro mundo, pero puede ser perfectamente un asteroide de los que pasan periódicamente cerca de la Tierra, una inversión de los polos magnéticos del planeta o el cambio climático, que ya está aquí afectando la vida de millones de personas, animales y plantas.

El año que viene, sin ir más lejos, puede impactar contra la Tierra un asteroide de doce metros con consecuencias potencialmente catastróficas dependiendo de donde se estrelle. Algunos más peligrosos que el que acabó con los dinosaurios se acercan de vez en cuando a la Tierra. Y probablemente no estará Bruce Willis para encabezar una misión para destruir el asteroide y salvar la Tierra como en la película Armageddon.

Esta toma de conciencia mundial ha motivado el que líderes de veinticinco países, por el momento, se hayan puesto de acuerdo en firmar y difundir un manifiesto en el que reclaman la elaboración de un Tratado Mundial que permita hacer frente en el futuro de una forma más ccordinada y eficaz a una pandemia como la que estamos padeciendo. Esta petición, firmada por los principales líderes europeos y algunos del resto del mundo, parece también una continuación de la película de ciencia ficción que en sus escenas iniciales presenta las calles del mundo vacías. En Ultimátum a la Tierra, una nave espacial aterriza en la Tierra y de ella surge un enorme robot humanoide que inmediatamente neutraliza las armas del Ejército norteamericano que le apuntan, después de que un soldado nervioso haya disparado con consecuencias fatales, pero no inmediatas, al enviado extraterrestre de apariencia humana. Este personaje, nos enteramos posteriormente, ha venido a avisar a los líderes mundiales de que la Tierra será aniquilada si continúa la proliferación nuclear que, tarde o temprano, afectará a otras civilizaciones de la Galaxia. Aparte de comprobar que Michael Rennie es mucho mejor actor que Keanu Reeves (protagonistas de la versión original de 1951 y la más reciente de 2008 respectivamente), la historia de ambas trata de darnos una lección clásica en la historia de las civilizaciones: solo un enemigo exterior o la amenaza de una catástrofe planetaria será capaz de unir a todos los seres humanos en un propósito común.

De hecho, los dos intentos de crear un organismo con competencias mundiales y una gobernanza planetaria única, la primera fallida y la segunda en curso a trancas y barrancas, tuvieron lugar tras la experiencia de sendas guerras mundiales que amenazaron la continuidad de la civilización humana tal como la conocemos. Los firmantes del manifiesto, entre ellos nuestro Pedro Sánchez, recuerdan precisamente el espíritu de la inmediata postguerra que informó a las naciones del mundo en la decisión de fundar la ONU, que cumplió 75 años en 2020 con más pena que gloria, pero con 193 Estados soberanos integrados de los 195 reconocidos.

Aun con sus enormes carencias y defectos, la ONU es lo mejor que tenemos para intentar afrontar una crisis de la magnitud de una pandemia. En su seno se integran organismos como la OMS, que ha emitido un mensaje coherente aunque débil a lo largo de esta crisis, o ACNUR, que gestiona la supervivencia de millones de refugiados en un intento imperfecto de paliar con sus campos de acogida las consecuencias de muchas guerras regionales y algunas catástrofes naturales. A ellos se añaden organismos imprescindibles como la Unesco, Unicef o Adena. Y eso sin tener en cuenta las múltiples misiones de pacificación o interposición que la ONU gestiona con menor o mayor fortuna dependiendo de las circunstancias, en base a tropas de diferentes países. Los llamados ‘cascos azules’, sin apenas poder coercitivo, representan el mayor atisbo de esperanza para algunas minorías del mundo amenazadas por gobernantes sin escrúpulos con tentaciones genocidas. El extraterrestre de nuestra película, que se hace llamar Klaatu, acude a algunos prestigiosos científicos para demostrarles el poder destructivo o regenerativo que tiene en sus manos la civilización que le envía y, a partir de su convencimiento experto y su liderazgo moral, exponer su ultimátum a los líderes de las Naciones Unidas, organismo que llevaba escasos cinco años de existencia cuando el film se estrenó.

A través del Acuerdo de Paris, amenazado por el abandono norteamericano bajo el mandato de Trump, la Humanidad se enfrenta a una amenaza provocada por el propio desarrollo humano y sin ningún agente extraterrestre como es el calentamiento global y la crisis climática. A partir de ahora se impone un acuerdo para que no se produzca otro galimatías con las decisiones contradictorias tomadas por los líderes de cada nación en una pandemia y el vergonzoso nacionalismo de vacunas.

Como afirma el manifiesto de los veinticinco, propuesto inicialmente por el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, a través del G20, «juntos estaremos mejor preparados para predecir, prevenir, detectar, evaluar y responder eficazmente a las pandemias de forma altamente coordinada» ante la evidencia de que el Covid-19 es «un duro y doloroso recordatorio de que nadie está a salvo hasta que todo el mundo esté a salvo». Amén.