Podemos ya no era tren, sino vagón, e iba cuesta abajo con Iglesias Turrión dentro. El hombre tampoco tiene alma de burócrata, sino de comandante de batallón, el empleo más alto al que llegaba un miliciano en la Guerra Civil (aunque a veces mandaba un cuerpo de ejército). En su épica particular, que nunca lo abandona, puede que piense que hace como el Che, al dejar el ministerio de Industria de Cuba para montar guerrillas. O que se vea como Miaja organizando la defensa de Madrid cuando el Gobierno huye a Valencia. En la vicepresidencia, dedicado a meterse en charcos y chapotear en ellos pensando que era una batalla naval de la lucha de clases, su pulsión épica se agostaba. Ahora tiene ya hecho el eslogan para acabar los mítines, y puede irle bien. Es más, poniéndome en su lugar (aunque me cueste bastante), creo que ha hecho bien y que así le irá. Al público también, pues habrá partido.