Un verde brillante y esperanzador ha iluminado la Asamblea Regional de Murcia durante una noche de esta semana, en un intento de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) por recordarnos a todos, en el Día Mundial contra el Cáncer, que la del Covid-19 no es la única pandemia que asola el mundo y que, en nuestro país, mueren más personas como consecuencia de esta dolencia que a causa del coronavirus.

No se trata de competir en la tragedia, sino de tratar de atender tanto a los pacientes que sufren la temida enfermedad de nuestra nueva era, como a quienes llevan años luchando contra el miedo que les causa un viejo y demoledor conocido. Y si la investigación se ha volcado contra el maldito bicho y ha logrado encontrar posibles remedios en un tiempo récord, ya tardan los científicos en darse la misma prisa para erradicar de una vez otro mal que también nos está matando por cientos de miles cada año. Porque la penitencia para salvarnos del coronavirus no puede ser la que nos castiga con el agravamiento de otras enfermedades, con un retraso en lo que ya habíamos avanzado en materia de salud.

El próximo 17 de febrero es Miércoles de Ceniza.

Por segundo año consecutivo, la Llamada de las cofradías no es la tradicional que acaba con el ´Música y a la calle', sino la de la prudencia y la responsabilidad, porque la procesión, como la profesión, también va por dentro y ya habrá tiempo de sacar y acompañar a las imágenes a las que tanta devoción les profesamos, sin el riesgo a llevarnos por delante a nuestros hermanos. Esa penitencia, aunque nos duela, sí estamos dispuestos a cumplirla, porque la Pasión no nos ciega.

Los que siguen soportando un insoportable castigo son los hosteleros y los comerciantes de nuestra casi desértica ciudad, que sin los bares abiertos y con las tiendas a medio gas, solo avanza al ralentí y aún nos quedan semanas para que podamos circular con normalidad, vieja o nueva, y recuperar el ritmo, recuperar el pulso.

Debemos estar preparados para cuando todo esto amaine, para cuando acabe y se presente la oportunidad de redimirnos. Parece que el Ayuntamiento y la consejería de Turismo se han puesto a ello, aunque para conseguirlo, necesitaremos mucho más que plantar unos focos que iluminen la silueta de los bellos castillos de las baterías de costa que nos rodean. Basta de reivindicaciones, de proyectos y de buenas intenciones, basta de hablar de poner en valor esta joyas arquitectónicas que miran al mar y más valorarlas de verdad. Y ya tardamos en restaurarlas y recuperarlas para nuestro disfrute y el de todos los que quieran venir a acompañarnos.

Es del todo imperdonable que hayamos permitido casi la ruina y el desastre total de estos antiguos inmuebles militares, lo que hace ahora que sea mucho más costosa su resurrección.

La presencia de sus muros y torres se sigue mostrando majestuosa, a pesar de nuestra desidia y abandono y, en muchos casos, perdura su belleza, pese a la falta de cuidados. Podríamos utilizar cualquiera como ejemplo, pero, en mi opinión, la palma del despropósito se la lleva Castilllitos. El viejo acuartelamiento conserva una especie de aura de palacio de cuento y su imagen sorpreden a cuantos se acercan a sus paredes y torreones por primera vez. El camino hasta llegar es largo y tortuoso, pero, sobre todo, muy peligroso y cualquier día vamos a lamentar una desgracia. El impacto de su atractivo no pasa desapercibido y, pese a la pesadilla de ver su interior completamente abandonado, fue elegido Mejor Rincón de la Región por la Guía Repsol en 2013 y compitió por ser el mejor de España, quedando en un meritorio cuarto puesto.

El pasado puente del Pilar traté de visitarla para que mis hijas pudieran disfrutar de ella y, a pesar del coronavirus o, precisamente, como consecuencia de él, este paraje natural de Cabo Tiñoso estaba colapsado. Resultó imposible subir hasta el inmueble y nos la jugamos, como todos los de la larga cola de coches que se formó, para darnos la vuelta en una estrecha carretera, si es que merece tal consideración.

Creo que no alcanzamos a entender el enorme potencial turístico que estamos desperdiciando.

Como tampoco alcanzo a comprender que veamos sus posibilidades y no empecemos, aunque sea paso a paso, poco a poco, a aprovechar estos tesoros que hemos heredado y que, a juzgar por como los hemos tratado y los seguimos tratando, no nos merecíamos. Que las luces que nos dibujen su silueta en las montañas no sirvan para tapar nuestras vergüenzas, sino para exhibirlas y que seamos capaces de ponerle remedio a un pecado tan escandaloso y reprobable. Se ha generado cierta polémica por el supuesto desinterés para que nuestro municipio acogiera un nuevo acuartelamiento militar. En mi caso, me conformo con que recuperemos los que ya tenemos, que nos ofrecen un tremendo abanico de posibilidades y una inagotable gallina de los huevos de oro turística, si no terminamos de destriparla.

Ojalá que esas luces con las que queremos presumir de castillos en nuestra querida Cartagena se tornen del mismo verde esperanzador con el que se ha iluminado esta semana la Asamblea Regional. Y que sirvan para iluminar nuestras fortalezas, porque hayamos sido capaces de imponernos al odiado virus y a todas sus cepas con el mismo Ejército y la misma artillería con la que haremos frente a todos los cánceres que amenazan nuestra vida. Si no lo hacemos, no tendremos perdón. Y dará igual que seamos o no Patrimonio de la Humanidad.