La pandemia nos ha dado en la cara para descubrirnos la flaqueza moral y la debilidad ética en la que andamos inmersos como humanidad en pleno siglo XXI. Da tristeza y da rabia. Subleva comprobar que justo cuando más necesitamos de fortaleza, unidad y conciencia de grupo como especie para superar la pandemia, más afloran los egoísmos colectivos y personales.

La Organización Mundial de la Salud ha puesto las cartas sobre la mesa cuando denuncia que en los países ricos estamos muy cerca de empezar a vacunar a los jóvenes sanos mientras que en los países pobres ni los grupos vulnerables, ni por supuesto todas las demás personas, sueñan tan siquiera con acceder a la vacuna. La comparativa a la que recurrió el Secretario General de la OMS es demoledora: en 49 de los países más ricos se han distribuido ya 39 millones de dosis de la vacuna en tanto que una nación pobre como Guinea dispone ahora de 25 dosis. No 25.000 ni 250.000; han leído bien, son 25 dosis.

Vean alguno de los mapas de los que se han publicado en estos días sobre el ritmo de vacunación internacional si quieren tener una foto nítida de cómo es el mundo. Si cada jeringuilla fuera un árbol, Europa y América del Norte serían un bosque y África un erial. En Canadá, un país habitualmente simpático por sus posiciones en política internacional, su Gobierno ha comprado dosis de vacunas suficientes para vacunar a cada canadiense unas cinco veces.

La enorme desigualdad en la distribución de la vacuna contra el SARS-CoV-2 es una bofetada en el rostro de nosotros mismos como humanos, que incluso olvidamos que la resistencia inmunológica contra el virus solo se podrá garantizar si se inmuniza la población del mundo, no la de nuestros países.

Bajando la escala, encontramos que se están produciendo casos que solo describirlos dan ganas de vomitar. Voy a ello, preparen palangana y pañuelo para la boca. Empresas y clubs privados del primer mundo están ofreciendo ´paquetes vacacionales' a sus clientes ricos para viajar a Emiratos Árabes Unidos, hospedarse en hoteles de súper lujo y vacunarse. Estancias a todo confort de tres semanas, suficientes para las dos dosis y para no requerir cuarentena al regreso. Precio por persona: 50.000 dólares.

Y en la escala más pequeña, la individual o la de pequeño grupo, el fracaso moral de nuestra sociedad toma la forma de personas privilegiadas que tienen acceso a la vacuna sin que les corresponda por su grupo de población.

Si no hacemos un esfuerzo de contención y optimismo todo esto nos llevaría a la conclusión de que este mundo no tiene arreglo y que lo único ético por hacer sería pegarle fuego al sistema.

Sin embargo, toca rearmarnos moralmente, creer un poco más en la humanidad y darse cuenta de que también hay muchas voces y entidades de la sociedad civil que están denunciando esto mismo que lo que hablo en esta columna. Igual hay esperanza.