Ante este eterno veneno y verano en que vivimos, el mejor antídoto es descubrir la naturaleza que aún atesora nuestras ciudades y el conjunto de la Región de Murcia. Montaña, playa, huerta, desierto y valles dibujan lo mejor de esta tierra. Aunque en algunos parajes parezca la Gran Vía, los murcianos abandonamos cada fin de semana el asfalto para descubrir rincones conocidos o aún vírgenes. De los inmaculados no diré nada para no incitar más la voracidad del ladrillo. De los otros, de los que ya sólo es posible contemplarlos en ajadas postales, aún mantienen el encanto, el atractivo del paraíso que se va perdiendo. Conforme uno se acerca a La Manga, rodeando el Mar Menor, uno no puede por menos que emocionarse, ahora doblemente. Por la belleza y por lo contrario, maldiciendo a todos aquellos que plantan sin control tanto edificios como hortalizas. Cómo es posible que los responsables no sólo no pidan perdón o muestren signos de arrepentimiento sino que sigan sembrando mentiras para mantener sus bolsillos a buen recaudo mientras acaban con uno de nuestros huevos de oro. Huevones que somos consintiendo tanto la falta de soluciones como las acciones que reducen aún más los controles medio ambientales.

Con una Europa mirando un futuro verde, capaz de conceder a la Región de Murcia 140 millones de euros en medio ambiente para 2021, aquí caminamos en sentido distinto, preparando las exequias de la laguna más singular del continente.

Una espada de Damocles que amenaza también a otros entornos singulares, aun con posibilidad de salvarse, pues la huerta de Murcia ya ha quedado sepultada entre naves, viviendas y todo tipo de variopintas construcciones, incluyendo facultades de universidades sin facultad para hacerlo. Y con un río que escupe espuma a la mínima.

Ya que los responsables no lo harán, saquemos nuestros pañuelos y lloremos como hombres y mujeres lo que no sabemos defender como murcianos.

Feliz Navidad.