En abril de 1990 - madre mía, hace treinta años - escribí un artículo que se titulaba ´Para hijo predilecto, un poco rojo´ en el que trataba de contar lo que había ocurrido en la Asamblea Regional el día anterior. Los diputados del PSOE presentaron una moción que proponía nombrar Hijo Predilecto de la Región al actor aguileño Francisco Rabal. Hubo una petición a la presidencia por parte de los diputados del PP para que se hiciera en votación secreta, y se aceptó. No recuerdo bien cuántos diputados tenía este partido en aquella legislatura, pero sí pude ver que varios de ellos hicieron ostensible que estaban votando ´si´. En cualquier caso, hubo ocho votos negativos, y, como el nombramiento debía ser aceptado por unanimidad, Rabal se quedó sin ser hijo predilecto igual que yo me quedé sin abuela. No les importó a los que lo rechazaron que él, en muchas de sus películas, hubiera metido morcillas en sus diálogos para decir ´yo soy de Águilas´, o incluso citara a la Región de Murcia o ejerciera de murciano de corazón en todas partes. Y lo había hecho en películas de Buñuel y también de otros directores que aceptaban esta peculiaridad sin rechistar porque, de hacerlo, hubieran tenido una buena agarrada con Paco. Además, como todo el mundo sabía, el actor seguía viniendo por esta Región a veranear y a pasar temporadas. Pero todo esto no les importó mucho a aquellos ocho diputados que, como decía el título de mi artículo, tenían el convencimiento de que Paco Rabal, para hijo predilecto, era un poco rojo.

Parece mentira que treinta años después todavía haya autoridades en Albudeite que también piensen que nuestro querido y recordado actor aguileño, para tener una calle en el pueblo, era un poco rojo. Ya sé, ya sé que han rectificado y que los dirigentes de su partido han criticado esta decisión, pero no podemos olvidar que, en algún momento, pensaron de ese modo, como aquellos ocho diputados de los 90 del siglo pasado, es decir, como los de hace treinta años, sin que el tiempo haya conseguido cambiar formas de pensar tan absolutamente carcundias. Qué pena, oiga.

Por aquellos años, los reyes don Juan Carlos y doña Sofía vinieron a Murcia, hubo una recepción en la que el rey estuvo hablando distendidamente con varios asistentes, y las cosas vinieron de manera que yo fuese una de esas personas que pudo cambiar algunas frases con él, y que incluso lo escuchara decir un ´coño, que bueno está esto´, cuando se estaba comiendo un ´explorador´, ese dulce-salado que era tan típico de por aquí. Imagínense la impresión que me hizo el estar allí con la persona que nos había traído la democracia, el que había parado el golpe de estado del 23F. Además, que hay que reconocer que estas personas de la realeza tienen un algo especial, emanan una extraña empatía que hace que hasta los menos monárquicos se sientan halagados por tener su atención aunque sea solo por un momento.

Cuando estos días hemos vivido lo de la ´regularización´ con Hacienda de Juan Carlos I la sangre de muchos ha conseguido ponerse de un negro estremecedor. Ya comenzó a oscurecerse con lo de los elefantes, había avanzado con lo de Corinna y estalló con lo de la pasta gansa que se estaba puliendo, en compañía de algunos seres queridos, con unas tarjetas cuyos fondos eran provistos por un millonario latinoamericano a través de un testaferro, mismamente como si estuviéramos hablando de un alcalde, de un concejal o de un alto cargo de esos que están en chándal, en la cárcel. Como me comentaba alguien ayer, ahora resulta que el denostado Iñaki Urdangarín, el yerno, era un santo comparado con su suegro, y, además, que demostró una gran fidelidad a su familia cuando no empezó a largar en el juicio contando lo que estaba pasando a su alrededor, y quién era el que ´realmente´ se estaba llevando los billetes en unas cantidades astronómicas y los tenía bien guardados en paraísos fiscales como cualquier otro delincuente. Qué desengaño, oiga.