Es claro que a las personas, como bichos sociales que somos, nos da insistentemente por agruparnos en ciudades y pueblos. Desde el Neolítico (o más atrás, que vaya usted a saber), las personas nos hemos empeñado en buscar primero la seguridad y luego la especialización funcional que va implícita en el hecho de vivir juntos, avanzando, innovando, y de una forma que los biólogos no dudarían en calificar como evolutiva, construyendo nuestra civilización y las culturas que poco a poco la van definiendo. La habitación humana se ha cimentado a través de una historia tan vieja como la de la propia humanidad.

Constituimos, entonces, conjuntos urbanos (más o menos densos y centrales, lo mejor; más o menos dispersos y extendidos por el territorio, lo peor) que protagonizan de forma casi absoluta el impacto que podemos ejercer sobre nuestro propio entorno.

Y lo protagonizan ahora, contemporáneamente, por una sencilla razón: la mayor parte de la población del planeta, la inmensa mayor parte en el caso del norte desarrollado, vivimos en conjuntos urbanos y generamos una huella ecológica (consumiendo recursos, produciendo contaminantes) en una escala que el planeta no sólo no había registrado nunca sino que ni tan siquiera habría podido imaginar.

De estas cosas se viene hablando durante este mes de noviembre en una serie de charlas organizadas por el proyecto ODSesiones de la Universidad de Murcia y sus Facultades de Turismo e Informática.

Los expertos y profesionales de toda España que se han dado cita en este foro parecen estar de acuerdo en lo inaplazable de la tarea y en el diagnóstico de que lo ya realizado de cara a la sostenibilidad de las ciudades no hace sino animar a lo mucho que queda por hacer.

Tras todo lo que ya se conoce, tras la montaña de reuniones y documentos internacionales y sobre todo tras conocer los planteamientos de Naciones Unidas en su Objetivo de Desarrollo Sostenible 11 sobre ciudades y comunidades sostenibles, además en el contexto de una pandemia que muestra a cara de perro las debilidades de las sociedades urbanas, ya queda claro que al igual que desde las ciudades y desde el conjunto de actividades humanas que a ellas se asocian es de donde viene el principal foco del conflicto, también es desde las ciudades desde donde deben de partir las principales fórmulas para la solución.

De todo lo debatido durante estas actividades de la Universidad de Murcia me surgen un par de ideas de síntesis. La que defiende que la sostenibilidad implica un proceso estratégico porque las decisiones de importancia, como las de la movilidad o la expansión urbana en el territorio, no se pueden atener a tiempos políticos sino que deben mirar hacia el medio plazo y contar con la participación ciudadana, y la de que el desarrollo sostenible no se consigue con operaciones tecnológicas o de exclusiva política ambiental, aunque éstas sean imprescindibles, sino con operaciones políticas, de Gobierno y de objetivos comunes.