Cuando el Rey viaja (o viajaba, al parecer las cosas han cambiado) a una toma de posesión de un mandatario de algún país, ese desplazamiento, como no puede ser de otra manera, siempre fue considerado un viaje de Estado, en el que ningún integrante de la delegación que acompaña al Rey (naturalmente siempre forma parte de la comitiva él o la responsable, ahora, de Exteriores) se han permitido, jamás, gestos que pusieran en cuestión la exquisita neutralidad que los viajes reales han de reflejar.

Porque aunque algunos se nieguen a ello, dentro del propio Gobierno, que es lo estrambótico de este caso, según la Constitución (a la que prometieron respetar), el Rey ostenta la más alta representación del Estado en el exterior, muy especialmente en Iberoamérica, tal y como pone de relieve el artículo 56.1 de nuestra Carta Magna: «El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes».

Así mismo, es la más alta representación, al parecer hasta que ha ido acompañado por el vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias, que como verán en el enunciado de su cargo en el Gobierno, para nada tiene relación su departamento con el de asuntos exteriores. No, el señor Iglesias no tiene ninguna competencia en las relaciones exteriores de este país, pero ante el asombro de muchos ciudadanos, formaba parte de la comitiva que, encabezada por el Rey de España, asistió a la toma de posesión de Luis Arce como nuevo presidente de Bolivia, porque como ya es conocido, el Rey habitualmente asiste a la toma de posesión de los mandatarios latinoamericanas, al margen de las ideologías de unos y otros, dentro de la más exquisita neutralidad. Neutralidad que, en esta ocasión, se vio empañada por el comportamiento absolutamente rechazable del vicepresidente Iglesias que, una vez más, ha hecho gala de su mala educación, de su no saber estar, de su no entender el lugar que le corresponde, de ese no haberse enterado, aún de que aparte de sus filias republicanas y sus fobias antimonárquicas, él forma parte de un Gobierno en el que la monarquía parlamentaria es una pieza muy importante de la Constitución, que se hizo posible por la voluntad de los ciudadanos. Que intente, cada vez que le es posible, ningunear, desprestigiar a la monarquía, es tanto como denigrar nuestro sistema democrático, y eso es especialmente grave en quien forma parte del mismo Gobierno.

Porque esto es lo que ha pretendido hacer en este viaje; esto es lo que ha hecho, intentar erosionar la imagen de la monarquía española, transmitiendo la sensación de que desarrollaba una agenda paralela a la del Jefe del Estado, y saltándose a la torera las normas de cualquier política exterior que no son otras que, en una toma de posesión en el extranjero, los invitados no deben de tomar partido. Pero el no, él, en una muestra de su desconocimiento supino sobre muchas cosas, tenía que dar la nota diciendo eso de que «contra Evo Morales se cometió un ´golpe de Estado´».

Es decir, en un momento así, sitúa a España en el lugar que él quiere cuando este país, del que es alto representante, jamás reconoció aquellos sucesos como tal golpe de Estado. Ni siquiera es capaz de saber interpretar los silencios de la Administración a la que pertenece. Desde que es vicepresidente, Iglesias está haciendo tan evidentes sus carencias como político, que solo le queda continuar con su cruzada antimonárquica, porque su alianza con los representantes del populismo ultraizquierdista de América Latina no parece que aquí le vayan a dar para mucho más.