Hace una semana llegaba a casa tras pasar un control policial en Atocha ( llevando todo en regla, temblaba como si llevara un alijo de heroína) y comerme una hora de retraso en tren por una avería. ¡Las infraestructuras, esas grandes desconocidas para la Región de Murcia!

Llevo haciendo este trayecto más de veinte años y lejos de mejorar vamos a peor, a veces tengo la sensación de que andando llegaría antes. Pero hoy no he venido a hablarles de trenes; seguimos en mitad de una crisis sanitaria sin ver la luz al final del túnel, seguimos sin abrazos, con distancias, seguimos en el día de la marmota.

Recuerdo cuando bajé por primera vez a Murcia después del encierro, y del silencio, cómo me llamó la atención que en Murcia las cosas no se habían vivido con la intensidad y el miedo que en Madrid, recuerdo que se hicieron las cosas bien, recuerdo que hubo anticipación al estado de alarma y, como decía la portavoz del Gobierno regional, al parecer el virus provocó tan pocos contagios en la Región «porque a Murcia no llega el AVE».

Me van a permitir la ironía, pero parece que siete meses más tarde la alta velocidad ha llegado a la Comunidad autónoma y de qué manera, por desgracia. El ritmo de contagio está descontrolado, los positivos por día no paran de aumentar, se han anulado operaciones, las camas de Ucis están al 90%, hay más de cuatrocientos positivos en las residencias de la Región y tenemos al mando de la consejería de Política Social a una señora que lejos de gestionar, está faltando al respeto a nuestros mayores y a sus familias en estos momentos tan dramáticos, sin despeinarse, haciéndose lavados de imagen en las redes sin pudor, mientras siguen los contagios en residencias, donde se viven las horas más dramáticas.

Señora consejera, si le queda algo de dignidad, váyase, y si sigue aferrada al sillón póngase a trabajar y déjese twitter. Siento que Murcia se enfrenta a los momentos más duros de esta pandemia y espero que las medidas que se están tomando en estos días sirvan, porque el sacrificio que conllevan condena a muchos sectores a una ruina de la que difícilmente se podrá salir pasado este infierno.

Qué cabrona es esta pandemia. Con el permiso de mi querido amigo Daniel Vidal, hago mías sus palabras: «Primero no podemos despedirnos de nuestros muertos y ahora no podemos ahogar sus pérdidas en los bares». No sé ustedes, pero pienso desde hace meses ante las noticias que escuchamos a diario y tal y como se está poniendo todo, que lo único que nos queda es arrojarnos a un bar a matar las penas en alcohol, y ahora ni eso. Conmigo este maldito virus se está cebando.

Primero me quita los abrazos, los besos y el contacto, después las barras de los bares y, para rematarme, consigue cerrar la hostelería y privarme de disfrutar de un huevo poché en Alborada, o un parlamentario en el Romea, un croquetón XL de gallina y jamón en La Bien Pagá o dejarme caer por el barrio de San Antón a tomarme una cebolla con anchoa mientras Pedro me dice alguna barbaridad y Luis me prepara una sobrasada picante y marcha unos mejillones.

¿Puede haber algo más relajante que sentarse en la barra de un bar a tomar una cerveza bien tirada mientras esperas a alguien o que te saluden por tu nombre y se te conecte el wifi de tu sitio favorito, mientras disfrutas de un café? Son esos pequeños placeres que antes quizás no se valoraban y ahora...

Soy consciente de que la hostelería no es el único sector afectado: la construcción o la automoción han visto también cómo sus cuentas de resultados han caído en picado, pero estarán conmigo en que este país ha basado en el turismo, la gastronomía y los servicios gran parte del modelo productivo y por no saber hacer las cosas desde las Administraciones y la falta de compromiso social, es más que posible que un 25% de los locales los veamos cerrar más pronto que tarde.

Ojalá hubiera aquí una Merkel como la de Alemania que va a pagar la cuenta del destrozo de la hostelería por el cierre durante la pandemia, pero no, aquí tenemos por un lado a un Gobierno central más centrado en la propaganda que en la pandemia y a un Gobierno autonómico que falla en la falta de rastreadores y el refuerzo de la atención primaria. Si no somos capaces de cuidar nuestra Sanidad, acabamos resintiendo la economía.

La Región se enfrenta al cierre hostelero y si sumamos dos más dos, esto conlleva la caída de sectores como el comercio que, por desgracia, va detrás. Y ¿ esta cuenta quién la paga? Pregunto. He visto esta semana a muchos empresarios y trabajadores en el sector de la hostelería y el comercio pasarlo muy mal ante las medidas adoptadas por el Gobierno regional, tras los datos de contagios y los fallecimientos de los últimos días, sin duda es momento de salvar vidas, como siempre lo ha sido, pero no puedo evitar pensar en la angustia de muchas familias, la incertidumbre cuando ayer bajaron la persiana sin saber cuándo podrán abrirla de nuevo y cómo hacen números y el pino si hace falta para reinventarse y poder salir adelante.

He visto llorar en varias ocasiones por la tensión y la emoción a personas que aprecio y se están dejando la piel por un sector que agoniza y que ahora más que nunca necesita ayuda, mientras en sus negocios hacen cajas de un euro con veinte en todo un día. De locos, ¿no creen? Como de locos me ha parecido lo sucedido el pasado viernes en la ciudad de Murcia. La gente no dejará de sorprenderme. Qué cierran la hostelería, pues ¡todos a la calle! ¿No iba a caer un asteroide en la tierra el 2 de noviembre? Bares, restaurantes y terrazas a reventar para apurar las últimas horas de ocio y gastronomía. He visto hasta un dj en una plaza de Murcia, y gente bailando, ¡bailando! ¿Se acuerdan lo que era eso?

Esto es lo que destroza la hostelería, indocumentaos cum laude en cuñadismo que se toman a pitorreo lo que sucede, montando casi un tardeo de Nochebuena para despedir el cierre hostelero. ¿Por qué no llevaría el lanzallamas a mano, por qué? Estas actitudes irresponsables de mesas de diez personas, gente bailando y dj de colleja son las que me dejan sin barra, sin cebolla con anchoa y un quinto.

Porque permítanme que les diga que se puede consumir con responsabilidad y poder hacer una vida ´normal´ conviviendo con esta pesadilla, pero no, tenemos que hacer el imbécil y no saber comportarnos. Yo, el viernes apoyé a la hostelería, salí a comer y a cenar y aplaudí por un sector que va a sufrir su peor año en décadas, y espero volver hacerlo en cuanto levanten la persiana de nuevo, porque soy una cabezota y creo que se puede. Se puede hacer con responsabilidad.

Mientras llega el momento de volver a los bares en Murcia espero que las fiestas clandestinas, las reuniones familiares en la huerta y demás burradas no se produzcan porque esto no tendrá fin y por el bien de todos hay que cuidarse para no llegar a un confinamiento total, vuelvan a cocinar y hacer zooms con sus cuñaos los sábados por la mañana. Mientras, desde Madrid brindaré a la salud de todos ustedes.

Nunca pensé que diría esto, pero al final Ayuso hizo algo bien: ha bajado los contagios manteniendo la hostelería abierta ¿Milagro? No lo sé, pero los datos así lo dicen. Y antes de dejarles por este domingo, una cosita, Fernando: no te perdono que dijeras que cuando salimos del cine nos vamos de juerga; creo que he ido más veces al cine en este año que en toda mi vida y hasta el momento no me he ido de rave después. Hazme el favor y no la cagues tanto, que últimamente te estás cubriendo de gloria.