Paseábamos la otra tarde por la ciudad con la idea de bajar al río, pero a la altura del Puente de los Peligros a mi mujer se le ocurrió que nos asomáramos al Almudí por si había alguna exposición, y allí en la puerta nos encontramos con la oveja negra de Charris. Recordamos entonces la crónica que había escrito días atrás Asier Ganuza en estas páginas y nos animamos a entrar. Nada como visitar una exposición sin expectativas, sin conocer al artista ni su obra. Uno entra en la sala como podría entrar en un bosque o en una ciudad desconocida. En este caso es como salir al campo o asomarse al mar€ pero a un mar y a un campo que no hemos visto antes o, mejor dicho, que solo hemos visto en sueños, como si de repente tuviéramos los poderes de Mary Poppins para abrir la realidad solo con un trazo de tiza en el asfalto.

Nos asomamos al principio vacilantes, como los niños que desconfían de su imaginación, pero están dispuestos a sucumbir a ella al menor guiño. Y eso hicimos, absorbidos rápidamente por el extraño mundo de Charris, donde todo parece sencillo, recortable, sereno como una tarde otoñal de manualidades, cuando los colores y las figuritas se desbordan más allá del marco de la luz para dispersarse por la habitación, escondiéndose en los rincones, hacia la oscuridad del sueño, de donde proceden todas esas imágenes poéticas, misteriosas, divertidas.

Nos detuvimos ante un cuadro que representa una casa blanca en lo alto de una colina, por encima del mar, y pensamos: aquí estuvimos este verano. Sin embargo, lo que veíamos no era el lugar, sino nuestra propia mirada, lo que allí vivimos, sentimos, los sueños cumplidos. Y al lado, vimos también cómo el mismo cielo se expandía en un firmamento de esferas relucientes, quieto, calmado, un lugar de belleza ligeramente distorsionada, quizá limitada, a la pobre medida de quien ha visto mucho en la vida y espera poco, pero todavía espera; el mundo como deben de verlo las ovejas.

Charris dice que su pintura no es ahora tan realista como solía ser, sino que recurre más a la memoria y la emoción. Y explica el cambio por su forma de entender el arte, como aquello que le hace estar más vivo. Empieza a pintar sin saber adónde le va a llevar su pintura. Así también caminamos la otra tarde. Cuando salimos de la exposición, la noche se había transformado. El paseo por el río se llenó de colores que surgían de lo más oscuro.