Lo hemos visto hace pocos días alzar el dedo señalando hacia una ventana, con gesto calmo, pero serio y mirada elevada. Se asemejaba a un nuevo San Juan, salvo por la barba, la cual confiere gallardesca gravedad al rostro, que es como de una ternura abuñuelada y juvenil. «Ahí están», podría haber dicho la primera cabeza de la Comunidad al séquito de personas que lo envuelven en forma de media luna, y cuyas miradas se dirigen en apacible contemplación hacia la dirección señalada por el índice presidencial como quien sigue la estela de un cometa, con ello vienen a hacer partícipes a cuantos contemplan la escena de tan significativo descubrimiento.

Ahí están los habitantes ilegales de una vivienda. La visita, investida con la dignidad propia de un acto de inspección, arroja una magnífica fotografía con que apoyar el anuncio de la próxima cruzada que se va a proclamar, la lucha activa contra la creciente ocupación ilegal de viviendas, cuya frecuencia diaria es alarmante e inaceptable. Y así ha sido como nuestro primer magistrado ha invocado la unidad en torno a la primera iniciativa legal de un gobierno autonómico para contener la oleada de usurpaciones, oleada que amenaza con golpear muchos domicilios particulares de inadvertidos ciudadanos que estaban ajenos por completo al gran peligro que corrían, aun sin saberlo ni sospecharlo, hasta que llegó tan noble acción de tan noble caballero.

Así pues, estamos en vísperas de una cruzada nueva y santa, la cruzada que protegerá los hogares.

Loable, sin duda, velar por la preservación de la propiedad y del hogar; loable también luchar por la protección que la ley debe dar a cualquier agraviado que se refugia bajo sus alas. Cierto es que las criaturas más débiles luchan por su hogar, hasta los animales más sencillos tienen nidos y madrigueras, donde cuidan a sus crías.

Entonces, ¿nos seguirá mostrando el camino nuestro primer ciudadano con su dedo índice? Sería hora de seguirlo y de cantar alabanzas, porque con esta demostrada preocupación por los hogares, sin duda los cuidados providentes de nuestras autoridades habrían de mirar abajo, hacia los muchos inmigrantes, con quienes también compartimos la condición humana, y que han quedado retenidos en improvisados albergues o campamentos en largas esperas bajo condiciones difíciles.

A no ser que semejante drama sea solo un ínfimo problema del gobierno central, responsable de las fronteras. Entonces el dedo presidencial apuntaría a direcciones más elevadas.