Como sigamos en estas, nos desaparecen palabras. Y mire usted, yo me niego a dejar de pronunciar más de una, que lejos de parecer malsonantes, siempre nos llegan a emocionar. Cuánto tiempo hace que nadie habla, no sé, de 'alegría'... Y es que en este tiempo de cambio continuado nos llegan sacudidas que jamás hubiéramos ni imaginado. Y me opongo, me niego, a no tener un motivo para sonreír cada mañana. Que no se trata de ir por la vida dando saltos de felicidad, no está la cosa para eso. Pero sí, algunos tenemos una obligación, algunos no podemos conformarnos con vivir en un ambiente hostil, sólo por el miedo a esta metamorfosis que experimentamos a lo que vendrá. Tenemos esa obligación, sobre todo, los que elegimos tener hijos. Poca broma.

Yo a veces pienso que no estaba en mi día tener uno como el que me ha tocado, que algo muy bueno debí hacer en otra vida. Y ni soy, ni me las doy de madraza, sino todo lo contrario. Los únicos días que llegamos los primeros al cole, son los que se me olvida que es fiesta. Soy de las que viven de la misericordia que te dan los grupos de WhatsApp de padres y madres del cole, de extraescolares... Sorprendentemente pilotados por un equipo de 25 madres y dos padres en mi caso, y es que hay cosas que parece no cambian.

Si alguien nos está dando una lección enorme, son nuestros hijos, sin duda. Aguantando estoicamente meses sin salir de casa, sin quejas ni lloriqueos. Portándose, además, de manera más valiente que la mayoría de progenitores. Nos han enseñado a no desistir ante una caída en picado, ellos no están interesados en llevar cargas ni arrastrarlas, no pierden su tiempo en preocupaciones para un mañana cuánto menos incierto.

Nos han enseñado a tomarnos el día tal y como nos llega; y este enfoque que han tenido todo este tiempo es realmente importante, una lección cómo jamás imaginamos.

El pánico que muchos sentíamos de cara a la vuelta del verano, con el comienzo del cole, queda sepultado en cierta medida cuando los vemos formar esas ordenadas filas de coletas y pantalón corto cada mañana. Me parece necesario, el momento justo, para creer en un futuro mejor, esperanzador. El que sólo hoy nos pueden ofrecer los niños a los que les ha tocado vivir este drama, que los aleja de poder salir a jugar con sus amigos, de disfrutar de sus fiestas de cumpleaños o de visitar a sus abuelos por miedo a un contagio.

Les debemos una disculpa cada vez que nos saltamos las normas, cada una de las veces en las que obviamos que esto va con nosotros y campamos a nuestras anchas sin pensar que son ellos, nuestros hijos, los que realmente pagan las consecuencias.

A las pruebas me remito cuando reitero que después de todo, son ellos, los niños, tus hijos y los míos, quienes nos están dando una lección de maestría y decoro, los que nos están enseñando cuál es el camino y de qué va todo esto.