Ando últimamente aficionada a series, tal vez porque en los tiempos que corren han proliferado y no hay semana sin un estreno en cualquier canal. Más que de entretenimiento, me sirven de desconexión, los turnos en el hospital son demoledores y descuartizan el sueño de cualquiera. Hay tantas para elegir, que nunca me decido por ninguna en concreto viéndome como un bicho raro, porque la mejores criticadas nunca me convencen. Eso sí, son dos los puntos básicos que me convencen a encender la pantalla.

Uno es la banda sonora, que suelo revisar antes del capítulo piloto, y otro es el vestuario de los personajes, la escenografia y la fotografía. En definitiva, la estética. Y al final pasa lo que pasa, me pillo unos cabreos monumentales sólo de pensar en todo lo que hemos retrocedido en según qué cosas.

Hemos encogido la armonía de la estética alrededor de nuestra inteligencia. Por cada paso dado hacia adelante en cuestión de libertad y comodidad, hemos retrocedido tras la causalidad, el buen gusto, la elegancia o el estilo. ççDe clase o glamour ni hablamos, que ya no digo obligada sofisticación como el credo estético que era hace décadas, pero ¡por lo que valga! ¿Soy la única a la que le gusta ver a un hombre bien vestido? Si pudiera, a veces iría por la calle dando sillazos a diestro y siniestro a todo el que andara sin camiseta, o en tirantes. De los pantalones bajados enseñando slips prefiero no pronunciarme. (Si Oscar Wilde levantara la cabeza más le valdría recular sobre eso de que «nunca se podría ser demasiado educado ni ir demasiado arreglado»).

¿ Dónde ha quedado nuestro decoro a la hora de asomarnos a cualquier ventana? ¿Por qué siguen fabricando ganchos de plástico para recoger el pelo? ¿Qué clase de psicopatía se gasta la gente que deja su ropa interior a la vista? Que no pretendo ir censurando nada ni a nadie, pero es que si me dan un medio para expresar mi opinión, pues lo hago y me quedo tan pancha. Ya que me prometí a mí misma no rozar temas escabrosos para estos días, como pueden ser la política o la absolución de Rato y otros 33 acusados de Bankia, por la que hay montada en la Sanidad o las medidas de Ayuso, mejor tirar por el camino de en medio y hablar de la estética al vestir, podría haber sido peor. Será que he empezado a leer el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire, y las catorce páginas que llevo me están convirtiendo en una señora bien.

Porque si lo piensas, estos recién exculpados no llevan camisas con estampados florales ni van en chanclas playeras a hacer la compra. Que no nos enteramos, y lo mismo es el momento de dejar de atribuirle el buen gusto a más de un ejemplar que nos toma por estúpidos a los que hacemos uso del ‘second hand¡ en los mercadillos pero tenemos muy claro que el hábito no hace al monje y que, aunque intenten metéernosla dobladita por encima de su traje de tweed, no siempre cuela.