La diferencia entre España y el resto de los países del mundo es que nosotros sí que somos diferentes. Habrá sitios donde las motos van por las aceras, lugares donde no hay semáforos y comarcas en las que crece Cocodrilo Dundee y luego hace películas de un paleto que cae bien en Nueva York. Hay puntos en el mapa donde se comen a los perros y otros donde les hacen trajes a medida y duermen con ellos. Pero ninguno puede compararse con la capacidad que tenemos aquí para poner nuestro destino en las manos de mediocres:

Retales, chapuza y pastiche

remiendos, tapujos y parches.

Todo funciona a pegotes, qué carnaval, qué pitote.

Vaya chapuza que hay.

Sólo un país como el nuestro ve normal que la presidenta de Madrid y el presidente del Gobierno central, que viven a dos kilómetros, pasen la pandemia sin hablarse y, cuando los contagios se salen del mapa, queden por carta. Pero, ¿no hay motoristas de los de antaño? ¿No funciona Seur? ¿Les han cortado el teléfono? ¿No han podido hablar por wasap?

Echa el freno, Madaleno,

que me pisas el terreno,

equilibrios y piruetas

al son de una pandereta.

Si quieres que te apoye y vote los presupuestos de un país que no me importa, haz el favor de decirle al Rey que no venga a Barcelona. Así nos haces un guiño chulo sin quedar demasiado independentista y te hacemos el favor, noi:

Aquí el que no corre, vuela

aunque al prójimo le duela.

Tú te asocias, yo me asocio

y aumentamos el negocio.

Los dueños de los bares y restaurantes sacan las mesas a la terraza y cierran las barras. En dos días, eso no vale ya, que es ilegal. Así que los dueños de restaurantes y bares, meten las sillas y las mesas en el almacén y ven cómo la ruina los acaricia con las uñas largas.

Los aforos en los teatros estiran y encogen como la tripa de Jorge. Empresarios, artistas, promotores y la familia técnica del espectáculo saca la protesta a la calle. Porque en el metro podemos ir echándonos el aliento como melvas canuteras en lata. Pero que no se nos ocurra levantar el culo en un concierto ni rascarnos la nariz, que nos cae la perorata de la autoridad o una multa de 600:

Al pan, vino, al vino torta.

Confundir es lo que importa.

Y en medio de todo este batiburrillo, cada uno, a lo suyo: lo importante no es protegernos coordinadamente, no. Lo que de verdad importa es aprobar los presupuestos al precio que sea, derrocar al Rey de noche y declarar la República al amanecer, indultar con rapidez, llenar de banderas los discursos vacíos y establecer esquizofrénicas políticas de comunicación, confinar una calle y dejar pasear a la gente por la de enfrente, sacar al CIS con la sintonía de We Are de Champions y no preocuparse por si los quinientos sevillistas que estuvieron viendo a su equipo en la final europea van a poder hacerse un control antes de meterse en sus casas, por si acaso:

Aleluya, aleluya,

cada uno con la suya.

Y aquí va la moralina:

chúpate esa mandarina.

Retales, chapuza y pastiche.

Remiendos, tapujos y parches.

Codazos cordiales.