El olvido, como la gula, son cosas que no tienen hartura. El otro día tuve la desdicha de ver otro lugar donde el olvido suele habitar de manera preocupante. Los artistas, además de comerse uno de los pedazos grandes del garrotazo de la pandemia al quedarse sin sitios donde trabajar (siempre está el metro, el autobús o el tranvía), sufren muchas veces la desmemoria de los propios compañeros de profesión:

Llenamos en caldero de risas y salero

Con trajes de caricias rellenamos el ropero.

Hicimos el aliño de sueños y de niños,

pintamos en el cielo la bandera del cariño.

Entre las grandes canciones españolas que me acompañan desde el corazón de la memoria, viven coplas de Quique González como Aunque tú no lo sepas y recónditos sentimientos escritos por Antonio Vega en El sitio de mi recreo. Y junto a ellas, una de Nacho Cano: Vivimos siempre juntos. El caso es que la artista que nos atraviesa con una voz que combina el arrebato del rocanrol y un entusiasmo sin fronteras, se llama Mercedes Ferrer:

Las cosas se complican si el afecto se limita

a los momentos de pasión.

La otra noche podía haber estado bailando con Lola, pero pasé un momento por La Voz, el talent show donde Laura Pausini, Alejandro Sanz, Pablo López y Antonio Orozco escuchan voces a ciegas y le dan al botón de la alegría festera o de la decepción familiar. Y en éstas, salió Mercedes Ferrer y les cantó la canción que da título a este artículo. A uno le sonaba. Otro preguntaba. Laura se fue, Laura no está. El cuarto coach estuvo más callado que en misa. Y Mercedes Ferrer cantó el tema de Nacho Cano con tanta limpieza, que se me saltaron las lágrimas. Nadie se volvió. Ninguno apretó la seta roja del éxito:

Nadamos por las olas de la inercia y la rutina

con la ayuda del amor.

Y cuando en el plató se consumieron los interminables segundos de estupefacción, todos corrieron a reconocerla, seguramente avisados por la producción o quién demonios sabe. Hasta la Pausini la abrazaba como si hubiera hecho una gira con ella. Pero a Mercedes Ferrer no la reconocieron. Igual que pasó con Guzmán en la anterior edición, cuando cantó Señora Azul o con Helena Bianco, la gran cantante de Los Mismos que casi la repescan en el último segundo y terminó ganando el concurso. Dicen que la cosa se hizo a propósito para impulsar a la artista. Pero no creo que ahora se ponga de moda revolucionar la promoción a base del marketing de la humillación, ni que ningún artista que se tenga respeto pacte un momento tan chungo. Más bien creo que no cayeron o, sencillamente, no la recordaron. Por eso tenía mucho interés en dedicar este sábado (de gloria artística) a Mercedes Ferrer y a cualquier artista que hoy le ponga los ojos encima a estas letras y a todas las personas del espectáculo, del disco o de la producción musical que un buen día dejaron de escuchar el sonido del teléfono, porque el paso del tiempo, la moda o las circunstancias lo dejaron mudo:

Vivimos siempre juntos y moriremos juntos

Allá donde vayamos seguirán nuestros asuntos.

No me sueltes la mano, que el viaje es infinito

y yo cuido que el viento no despeine tu flequillo.

Codazos cordiales.