De la primera etapa de mi vida, desde mi nacimiento hasta los quince años, me ha quedado huella en el alma y en el vocabulario. Palabras catalanas, a veces castellanizadas fonética y fonológicamente, como engrescar (incitar), plegar ('dar de mano' llaman en Murcia coloquialmente a dar por finalizada la jornada laboral), charranca (rayuela), yesca (rebanada), usos como 'sentir' por oír€ se imbrican en mi vocabulario como una enredadera, y me gusta constatar que siguen en mi subconsciente, como ese aroma que perdura en la pituitaria tras inhalar un perfume penetrante.

De jovencitas nos gustaba porque era de algún modo señal de distinción en un lugar donde no era habitual escucharlas, o resultaban extrañas absolutamente. Los muchachos acudían como abejas al panal a la puerta del taller de motos que mi padre abrió en el pueblo cuando llegamos desde Barcelona, y antes a la puerta de la casa de la abuela donde veraneábamos. Las mayores (Celia y Loli) atraían con sus encantos juveniles a los amigos del primo Pepito, de los que recuerdo a Ino y Fermín. También era fijo en la que después se llamó Calle del Rocío, y que entonces no tenía ni nombre ni pavimento, Gregorio, el de la Panzona, que nos hacía reír con su simpatía innata, su manera de hablar atropellada, y sus exhibiciones de captura de chicharras, a las que despojaba de las alas y ante nuestros sorprendidos ojos se introducía en la boca para tragárselas o fingir que lo hacía. También acudían los Zancas, Pedrín y Manolo. Su hermana menor, Jose, de edad más aproximada a mi hermana Manoli, frecuentó durante mucho tiempo mi casa, como lo hicieron Mari Cruz y Ana Aparicio, y Mari La Morena y sus hermanas Mati y Violante, y Silvia Espín. Y, más tarde, los Vives, especialmente Pedro y su inseparable Angelín, y Fernando y su prima Adela (q.e.p.d.), y Diego Morales, y Jeromo, y José Ricardo, y Ginés...

Establecimos vínculos de amistad, algunos de los cuales fueron flor de un día pero otros perduran, y aunque la vida nos ha llevado por caminos distintos, nos agrada encontrarnos alguna vez y recordar aquellos tiempos. Hubo un fluido intercambio epistolar y frecuentes llamadas telefónicas, palabras aladas que suplían la distancia física, con los hijos de Sebastián, José Blas, Paco el Cavila, Paquico el Panadero, José María€ que esperábamos con impaciencia en Can Oriach, y que finalizaban impepinablemente con las protestas de mi abuelo que creía que le facturaban a él incluso las llamadas recibidas. Era divertido descubrir términos del vocabulario murciano que nos siguen sorprendiendo, además de esa peculiar forma de hablar, comiéndose las eses finales con la apertura compensatoria de vocales que tan pronto se nos pegó. Zarangollo, paparajote, crilla, pava, alcacil, abulcera, chispera, clisarse (fantástica metáfora de lo que supone el sueño breve, como una especie de eclipse), cavilar...

Entre chumberas, palmeras y olivos nos enamoriscamos y concebimos sueños de adolescentes, y 'barrechamos' dos lenguas sin prejuicios de ningún tipo, como un juego divertido donde ser 'catalán 'era ser distinto y complementario. En mis entretelas se funden y acrisolan vivencias, parientes, amistades, lugares, paisajes, recuerdos entrañables y no, de allí y de aquí, que me han hecho como soy. Adoro la lengua catalana, la castellana y el latín de la que ambas (entre otras muchas que igualmente me fascinan) provienen. Por eso abomino de quienes por pura ignorancia, o a sabiendas, que es aún peor, tratan de usar la lengua como instrumento segregador. La lengua es vehículo de pensamiento, instrumento transmisor de conocimientos y emociones, lo que la hace puente, nunca barrera. ¡Visca la paraula!