Como cada verano, me llega un aviso por parte de Gemma López Martínez sobre un espectáculo teatral en Sagunto de Scaena Graecolatina del que es directora escénica, y ni corta ni perezosa embarco en la aventura del viaje relámpago a mi amigo Paco Bernal, compañero de los tiempos de Bachiller con quien compartí las clases de latín en el instituto de Santomera de Félix Sánchez, que tanta huella nos dejaron.

Allí otro clásico murciano, Antonio Lorente, nos espera para facilitarnos la entrada gratuita al acto, de reducido aforo por las circunstancias vigentes.

Se representan el juicio y muerte de Sócrates y, como anuncia en sus palabras de presentación José Luis Navarro, autor del texto, el espectáculo está basado en distintas fuentes clásicas de contenido fundamentalmente filosófico.

Da mucho que pensar la figura de un hombre que fue coherente hasta la muerte, que convenció a sus afligidos discípulos de que debía acatar las leyes, aunque estas fueran injustas, porque las leyes se cambian o se cumplen, pero no se infringen, y que sabiéndose y declarándose inocente de los cargos imputados (corromper a los jóvenes y no creer en los dioses), aceptó la cicuta tras el juicio de los ciudadanos atenienses, que más tarde comprendieron su error y se arrepintieron de una acción homicida que mató al hombre pero inmortalizó la leyenda.

En el simulacro del juicio participamos como público, convirtiéndonos por un momento en ciudadanos atenienses y empatizando aún más si cabe con los hechos de los que somos testigos 2.419 años después de que sucedieran. El entorno, en la Casa dels Berenguer, donde tiene su sede el Museum Scaenicum Graecolatinum, que amorosa y diligentemente dirige Gemma, propicia que así sea. Nada queda al albur, como suele suceder en todo aquello que tiene que ver con José Luis y con ella.

Hace cuarenta años que conozco a José Luis Navarro (Navarrakis, como acertadamente lo bautizó el recientemente fallecido don Francisco Rodríguez Adrados), compañero de estudios y amigo de quien mi promoción de Filología Clásica tuvo la fortuna de que fuera profesora de Textos Latinos durante cuatro de los cinco años de que entonces constaba la Titulación de Filología Clásica en la UMU, Chelo Álvarez, quien precisamente este curso se jubila de la docencia reglada, pero que estoy segura seguirá publicando sobre el campo científico que ha sido su pasión y que ha contribuido a engrandecer con sus aportaciones en estrecha colaboración con Rosa Iglesias.

Recuerdo nítidamente aquel julio del 90 en el que a bordo de un Golf conducido por ella vi aparecer ante mis ojos en medio de la llanura manchega el perfil de Valdepeñas: inolvidables aquellos Coloquios de Estudiantes de Filología Clásica de la UNED dirigidos por José Luis que nos iniciaban en la investigación y nos contagiaban un entusiasmo que permanece inalterable.

Converso con él brevemente: sobre la reciente muerte del inmortal Adrados, cómo no, y sobre ese proyectado «Por los Teatros de Grecia» como cuarenta aniversario del grupo de teatro Selene y los veinte de Helios, que ha debido posponerse pero que espera poder llevar a cabo el año próximo. Me propongo unirme a la expedición, convencida de que este nuevo y deseado viaje a la Hélade superará cualquier expectativa, por alta que sea. Presidente Honorario de Euroclassica, la Federación Europea de Sociedades Nacionales de Estudios Clásicos, y representante en ella de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, la semilla de la Filología Clásica se sigue diseminando en la chispa de sus ojos y la fuerza de su palabra cuando habla de Grecia.