He tardado tiempo en descubrirla. Cuando la conocí a través de sus escritos quedé serenamente deslumbrado. Madeleine Delbrêl es una cristiana que nos señala el futuro. Nacida en 1904, fue contemporánea de dos guerras mundiales y con gran protagonismo en la Iglesia francesa de los años 50, en cuyo seno vivió el anuncio del Concilio Vaticano II.

Marcan su historia los treinta años que pasó en el barrio popular de Ivry, a las afueras de París, un municipio marcado por la presencia mayoritaria del partido comunista. Allí residió desde octubre de 1933 hasta su muerte en octubre de 1964. Junto a dos compañeras, vivió una presencia evangélica que dejó huella en el barrio. De hecho, cincuenta años después y en un contexto mundial muy distinto, su memoria sigue viva. Es muy llamativo que el actual alcalde y el obispo de la diócesis quieran que su casa de la calle Raspail sea un lugar donde se conserve su legado.

La lectura de este libro nos descubre creyentes y no creyentes, agestes del municipio, gente de a pie y miembros de la parroquia que han reconocido en ella algo que no se puede perder, pues contagia vida y esperanza.

Ella y sus compañeras inventaron humildemente una manera nueva de hacer Iglesia. Muchos llamaron a su puerta. «La hospitalidad -decía- es el hecho de que todos se sientan a gusto en nuestra casa». Desde el principio de su presencia en Ivry, Madeleine advierte que la Iglesia parroquial y los cristianos están separados del ambiente no creyente donde viven.

Además, el lenguaje eclesial de la época no llega a la gente popular, menos aún en un barrio don predominio comunista. La tarea de evangelizar parece casi imposible. Madeleine cree que al lado de una parroquia es bueno que nazcan «pequeños hogares de caridad». La evangelización pasa por múltiples caminos que se entrecruzan. Nadie tiene la exclusiva del anuncio del Evangelio.

Madeleine es una conversa: a los veinte años pasa del ateísmo a la fe. Se dice «deslumbrada por Dios». No olvida nunca su conversión. A partir de entonces, es una mujer enamorada de Dios y de la vida de la gente. Madeleine no es en absoluto una mujer obrerista. Es consciente de su origen familiar, en la pequeña burguesía, y de su extrema vulnerabilidad. Quiere ser una de tantos. Se deja seducir por la pobreza y la pequeñez de Jesús. El testimonio del padre Charles de Foucauld le impacta. Lectora del poeta Charles Peguy, no se quiere separar de las 'petites gens'.

Mujer contemplativa pero inmersa en lo social, fue trabajadora social en Ivry y luego encargada de todo un sector de la comarca Sur de París, también durante la II Guerra Mundial. Tras la liberación de Francia en 1944, renuncia a su puesto de asistente social y a todo cargo político para dedicar más tiempo a su comunidad. Escribe y viaja por el país para comunicar su experiencia de Ivry. El arzobispo de la capital le consulta muy a menudo. En 1957, su libro Ville marxiste, terre de misión tendrá un gran impacto en el mundo eclesial.

Ya desde 1960, preveía que llegaría un momento en el que Dios sería impensable para muchos. Hoy, aunque en un contexto bien distinto, en nuestra Iglesia en España, enfrentada al reto de un mundo global, donde predominan situaciones de indiferencia religiosa, de oscurecimiento de la esperanza cristiana, Delbrêl nos indica un camino que puede ser luminoso.

Una biografía, en fin, que completa, de manera detallada, la lectura de algunos libros recientes sobre Madeleine. Pienso, por ejemplo, en la aportación de Mariola López Villanueva con Una mística de la proximidad (Sal Terrae).

En los ambientes del Ivry se rumorea la posible beatificación de Madeleine en 2020. ¡Ojalá podamos celebrarlo! Sería un buen revulsivo para nuestras Iglesias de Europa.

Libro recomendado: Madeleine Delbrêl: poeta, asistente social y mística. Guilles François/ Bernard Pitaud. PPC. Madrid, 2019. 302 pp.