Hace muchos años, mis suegros hicieron un viaje a la India, del que ella volvió encantada por aquellos paisajes, por los sabores, y los colores de aquel lugar. Por aquellas personas sonrientes y tranquilas. Pero mi suegro volvió horrorizado. Nunca había visto tanta pobreza, tanta miseria, y en su léxico, tanta 'mierda', como vio en la India. Comentaba que a la entrada del hotel había siempre una marea de niños esperando que les diesen monedas o restos del buffet del desayuno. Cómo celebraban cada pequeñez, incluso si alguien la tiraba al aire, por la pura diversión de ver cómo se arremolinaban y se tiraban al suelo a recogerla.

Y cuenta cómo, entre esa algarabía, había siempre una chica con un bulto en brazos, pidiendo igual que los otros. Mi suegro discutía con sus compañeros de viaje si el bulto era un niño o era un muñeco, porque el bulto nunca lloraba ni se movía ni la otra le daba de mamar. Él estaba convencido de que era una muñeca y que la llevaba para dar más pena. Así que imagínate su sorpresa cuando, el día que se volvían, cargados de maletas y de recuerdos, aquella chica trató de echarle por la ventanilla el bulto, que en realidad era un bebé, que sí que estaba vivo, para que se fuera con ellos. Todavía me estremezco cuando lo cuenta.

Dice que quedó tan impresionado que en un arrebato trató de cogerlo y llevárselo con él, ante el horror de sus compañeros de viaje, que le decían que eso era, por lo menos, un secuestro, y encima internacional.

Qué pobreza total debe de tener alguien para querer que su hijo se vaya con quien sea, con tal de dejar esa vida de miseria.

Aspirar a una vida mejor no es un delito. No se elige el país en el que uno nace, y créeme que nadie emigra por gusto. Pero vivir en el país que uno ha nacido sí es un derecho.

Así que ya ves el desafío que supone armonizar los derechos de quien vive legítimamente en un territorio con las aspiraciones y las necesidades de los que llegan de fuera. Pero no se les puede abandonar. Ese problema es tan antiguo como la humanidad. Su regulación debería ser una prioridad. Y esa regulación es necesaria por ellos y por nosotros.

¿Te han contado lo del asentamiento en Albacete? Madre mía. Por lo visto, esos inmigrantes que tomaron el centro urbano la semana pasada y que atemorizaron a la población porque algunos de ellos estaban contagiados, resulta que llevaban allí asentados más de diez años. Que la cosa no es de ahora. Por lo visto, es un conjunto de antiguas fábricas abandonadas en las que la gente se ha ido instalando, se han ido haciendo algo parecido a casas, con ropas colgando, con hornillos para comer. Que era un sitio tan abandonado de la mano de Dios que hasta ahora no tenían ni agua corriente. Digo hasta ahora, porque hace poco el Ayuntamiento les ha puesto un grifo para que no tengan que ir a por el agua a ningún lugar habitado.

Dime en qué se diferencia ese asentamiento de cualquier gueto.

Y, claro, como esas manos, trabajando en el campo, costaban la mitad que un trabajador dado de alta y en situación regular, pues ellos asumían su paso por semejante purgatorio, sabiendo que cada día pasaría una furgoneta que les daría trabajo.

Pero ha llegado el covid. Ahora, a ver quién es el guapo que se los sube al camión. Y entonces ha aflorado el problema de tener a unas personas abandonadas, y encima desocupadas. Lo de antes era ilegal e inmoral, pero lo cierto es que esos inmigrantes ilegales tenían una ocupación y algún ingreso.

Sin embargo, esto no es lo peor. El covid ha agudizado problemas que ya teníamos, como el de la inmigración. Pero si estos inmigrantes no han dado problemas de convivencia graves hasta ahora, probablemente se volverán a conformar con cualquier trabajo que les salga, aunque sea ilegal y de octava clase. Y si en un tiempo no lo encuentran, se volverán a su país. Son mansos.

El problema son los que vienen sin el menor ánimo de buscar trabajo (y menos en el campo), y cuyo único objetivo es perturbar la paz de los nacionales, jaleando si hace falta a los mansos. Son los desestabilizadores. Quieren llamar a todos inmigrantes, y que abramos los brazos a todos por igual. Pero que sean extranjeros en situación irregular no les convierte en inmigrantes desamparados. No nos confundamos. Ésos son terroristas. Y tanto para los mansos, como para los desestabilizadores, lo que necesitamos, con la que está cayendo, son soluciones.