La pandemia del Covid-19 ha dejado muchas muertes y sufrimiento. Y está llevando a la humanidad a una profunda crisis económica, que quienes más la están sufriendo son los pobres tanto en Europa como en los países del sur global. Esta situación está afectando, muy particularmente, a los trabajadores autónomos e informales que, para sobrevivir, no pueden quedarse confinados en sus casas. Se prevé que aumentará en el mundo el número de personas en situación de pobreza.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la pandemia arrojó en todo el mundo a 2.700 millones de personas al desempleo o la informalidad. El Banco Mundial calcula que la crisis de la Covid-19 puede aumentar en 250 millones el número de personas con inseguridad alimentaria. Más de treinta países están amenazados por la pandemia del hambre. Y provocará la peor recesión en ocho décadas.

España se va a ver muy afectada, como señala el FMI, gobierne el partido que sea. Sin embargo, pienso que con un Gobierno de derecha estaríamos aún peor, al menos los más pobres.

El Informe Global 2020 sobre Crisis Alimentaria de la ONU revela que existen 318 millones de personas en 55 países con inseguridad alimentaria aguda. Agravadas por la Covid-19, perduran las causas del hambre: la injusta distribución de la riqueza, los conflictos armados y el cambio climático (sequías persistentes o inundaciones que arrasan con todo).

El reverendo británico Thomas Malthus se engañó al prever, en 1789, que en los siglos venideros la producción de alimentos crecería aritméticamente mientras que la población crecería geométricamente. Es decir, que habría más bocas que pan. Cuando lo declaró, el mundo tenía poco más de mil millones de habitantes. Hoy somos casi 8.000 millones y sobran alimentos. Por tanto, lo que falta es compartirlos. En el mundo no faltan alimentos. Falta justicia. El hambre perdura porque la riqueza, en el sistema capitalista neoliberal, se concentra cada vez más en menos manos.

Miles de millones de familias no tienen recursos para comprar comida, porque con el capitalismo ha dejado de tener valor de uso para pasar a tener valor de cambio. Esa mercantilización de los alimentos, que es el bien más esencial para la sobrevivencia, es un crimen horrendo. Los agricultores ya no pueden llevar sus productos al mercado para venderlos. Deben entregarlos a un intermediario que los revende al sistema que los procesa, transporta, envasa y distribuye a los puntos de venta.

Hoy son los bancos y las corporaciones multinacionales los que dominan el mercado de los alimentos y promueven la especulación. Y cuando se produce una interrupción en esa cadena, los agricultores se ven obligados a quemar o enterrar los productos. Un crimen de lesa humanidad practicado en honor al dios Capital, como dice Frei Betto.

«Esta crisis», señala el papa Francisco, «nos reta a sacudir nuestras conciencias dormidas y permite una conversión humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro. Nuestra civilización, tan competitiva e individualista, con sus ritmos frenéticos de producción y consumo, sus lujos excesivos y ganancias desmedidas para pocos, necesita realizar un cambio, repensarse y regenerarse».

La crisis es una oportunidad para cambiar de rumbo, tanto en lo personal como en lo estructural. Pero, por lo que estamos percibiendo, los que controlan el mundo quieren volver a una 'nueva normalidad', que no es más que lo mismo de antes. Aun así, no debemos perder la esperanza en la utopía que nos lleva de horizonte en horizonte, haciendo presente en la tierra el reino de Dios proclamado por Jesús. ¿Los cristianos asumimos con responsabilidad este desafío?