En medio de un extraño sueño lleno de imágenes confusas ocurrido la noche pasada, quién sabe si causadas por el chip de control mental que tengo implantado en la muñeca desde la última campaña de vacunación, me fue revelada la siguiente verdad que os anuncio.

Somos una Gran Región, tanto que no parece verdad. Es como si un artista hubiera inventado este vergel de prosperidad en que vivimos y quizá, podría ser, hayamos salido de un reino encantado donde los milagros suceden día a día. Somos una Gran Región donde los sabios gobernantes se designan a sí mismos de manera tan óptima y fiel que el refrendo electoral parecería a la postre una formalidad accesoria, aunque sea conveniente y democrática. Nunca hay sobresaltos, si acaso algún diestro (nunca zurdo) exceso de celo que hace vibrar leve y momentáneamente la página de papel donde está escrita la hoja de ruta para próximos años. Apenas nada, una mínima ondulación en una balsa de aceite.

Somos una Gran Región, dicen. Qué duda cabe si lo demuestran las banderas que cuelgan de los balcones y las pancartas con sus mensajes que son como poesías cargadas de futuro. Porque no se trata de banderas de patrias inventadas las que engalanan tanta fachada ni exigen sus mensajes males para nadie ni cosa semejante. Aquí las exigencias son más razonables, más serias, más varoniles y decentes. Las banderas son nacionales, porque la Gran Región solo podría existir siendo parte de una Gran Nación, y los mensajes son altruistas, orientados al bien común y como mucho solo piden, quintaesencia de la moderación, que alguien se vaya, un señor de otro sitio, un desconocido, un sujeto sin importancia al que nadie prestaría la menor atención en cuanto hubiera dimitido.

Somos una Gran Región y porque así podemos dentro de nuestra grandeza, hacemos lo que nos place con infraestructuras por las que otros matarían, ya sean depuradoras, aeropuertos o bancales abandonados reconvertidos en lucrativos templos del saber. Somos una Gran Región conocida por sus pasteles patrióticos, por su amor a los juegos de azar, a los palicos y a las cañicas. Somos grandes. Si queremos matamos el mar, que para eso es nuestro, aunque sea pequeño, aunque sea menor. Hoy nos reprochan descuidos, mañana los mismos nos premian por valientes.

Al despertar me sentí feliz, orgulloso; bañado, alimentado en la grandeza, escasamente modesto, sin temor a las fuerzas del mal.