Uno de mis últimos artículos de antes de la pandemia, «La muerte del comercio», después emitido en programa de radio, tuvo su secuela. Tampoco mucha, la verdad, pero sí más que la media de lo que suelo escribir. No sé si les tocó de cerca a lo que queda de clientela, no al resto, y, por supuesto, a los propios comerciantes (a los políticos, si les rozó, no se dieron por enterados), o qué pasó, pero me dieron cera por un tiempo. Y digo cera, porque, inusualmente, en tal tema todos estaban de acuerdo con una exposición de las causas en esa columna a la que aludo. No es normal tal coincidencia, ni mucho menos, pero en esto suele darse, y pienso yo que eso será por algo. Sin embargo, no encaja con que el fenómeno de la decadencia y caída libre se siga dando si la ciudadanía así lo reconoce y el comercio así lo padece. Y aquí me pierdo. Si la gente lo sabe, lo entiende y lo asume, y sigue largándose a comprar fuera, entonces es que está conforme con el deterioro de los pueblos en los que viven, y muchas veces, de los que viven. Y todos asumen, o no, la responsabilidad en el hundimiento de lo que fue un Titánic y apenas ya es una balsa de palos€

En esos días, uno de los comercios más decanos y arcanos de aquí, una joyería de mucho lustre y muchos lustros, tantos que ya forma parte de la historia comercial del pueblo, puso el cartel anunciando el cierre por jubilación. Otro más de los que siempre estuvieron ahí, 'de los de toda la vida' que no encuentra a nadie de sus generaciones posteriores como antes ellos si relevaron a sus padres. Un hueco más en las calles más céntricas, cada vez más huérfanas de todo. Y no puedo evitar hacerme una pregunta: ¿qué hace que un comercio de esa solera, con una clientela hecha de décadas de buen servicio, tan conocido y avalado, tenga que cerrar porque no encuentra a nadie que se lo quede? Y no ha sido, ni será, el único. Si los comercios pioneros y de cartel arraigado, los que han sido punto de referencia en lo suyo, con un prestigio y una clientela hechos, han perdido el tirón y ya no son atractivos para su traspaso, se debe a alguna causa concreta.

Y la causa está en que tales poblaciones antaño prósperas están cayendo en un período de decadencia tal, que hasta sus comercios señeros tienen que cerrar, y los efectos de esas causas vienen encadenados unos con otros, como una cadena de despropósitos, fallos y errores de óptica en su momento. Cuando se está dando este fenómeno de franca decadencia y los propietarios de los bajos de una determinada zona antes puntera, se empeña en mantener unos alquileres de antigua pujanza y no acordes con los tiempos actuales, lo único que logran es empeorar más la situación. Por un lado, están impidiendo la reactivación comercial de la zona, colaborando a deprimirla, y por otro están desvalorizando su propiedad a pasos agigantados, pues nadie va a invertir en un lugar vacío de todo.

O sea, que obtienen todo lo contrario a lo que desean. Quieren mantener un status que se ha perdido, y en vez de recuperarlo, lo hunden aún más. «Prefiero tenerlo desocupado», se ufanan en declarar, y no se dan cuenta, o sí, que eso le quita más vida que le da. A la calle, al barrio, e incluso al pueblo donde residen tales propiedades.

La imagen de los pueblos (cada cual compare el suyo) cada día que pasa es más lamentable, y a no ser atractivos para abrir negocios, como antes lo era, e incluso los que quedan en ellos, cada día tienen menos valor para cualquier inversor. De los tiempos de pujanza que recuerdo ya no queda ni la sombra. Es un reflejo pálido de una época que fue floreciente, en el que era admirado y envidiado en su comarca. Los cierres, los huecos, los vacíos, cada vez encogen más el alma. Los clientes huyeron de su comercio incluso antes de ello (de hecho, forman parte del motivo), el comercio entonces huye de su pueblo, y los responsables, todos, huyen de sí mismos, pero un pueblo muere cuando el comercio muere, eso es algo sobradamente demostrado.

Porque, al fin y al cabo, ¿quiénes son los responsables? Ya lo dije en ese artículo de referencia: somos todos, nadie escapa a la responsabilidad por la decadencia de un pueblo en ese mismo pueblo. Unos comercios que saben llorar pero no luchar, unos ciudadanos que saben quejarse pero no comprometerse, unas administraciones que saben medrar pero no solucionar. Cuando esos responsables políticos ven suicidarse a un pueblo sin mover un dedo en rescatarlos de su abandono, están suicidando también a su propia administración que vive de ellos. Dejación, impotencia, ineptitud, miedo, parálisis, cobardía, quizá de todo un poco. Dinamizar un pueblo que decae a ojos vistas supone autoremangarse y batirse en muchos frentes a la vez, no dejar escapar nada, pues en tales circunstancias hay que sumar más que restar. Y, sobre todo, evitar la sangría y el goteo. Hoy en día, una concejalía debe ser mucho más que un sueldo.