En la lógica del mercado, deberían ser los ancianos los que decidieran quién recibe o no atención sanitaria, pues ellos son los pagadores de tales servicios. Durante su larga experiencia laboral han permitido, mediante sus cotizaciones, sostener nuestro estado de bienestar y, por tanto, han pagado con creces el hospital y, dicho sea de paso, la pensión que reciben, que apenas crece.

En la lógica de la humanidad, de la que carece cualquier mercado, son los colectivos más vulnerables, como nuestros mayores, los que tienen que recibir atención prioritaria.

En la ilógica de nuestra sociedad, el microcosmos que representan las residencias de ancianos reflejan lo peor de nosotros mismos: olvido de nuestros mayores, desidia de la Administración pública y carácter depredador del capital privado.

Un total de 19.000 mujeres y hombres, de las 28.000 víctimas totales, han fallecido en las residencias de ancianos como consecuencia del virus en España, encerrados en su mayoría sin puerta de salida de urgencias con instrucciones para acandarlas bien con el fin de que nadie escapara. Avergonzados de su existencia ni siquiera logran ser un número cuando desaparecen.

Como no son tiempos para la equidistancia ni ahora ni nunca, especialmente sangrante son los efectos de la privatización de las residencias de ancianos, como es visible tanto en Murcia como, sobre todo, Madrid.

He aquí un ejemplo de una conversación ocurrida en Murcia en plena batalla:

„Señora, le llamamos desde la residencia para decirle que su madre está bien.

„¡Ah sí! y ¿entonces de quién son las cenizas que me han enviado?

De juzgado de guardia, igual que lo que ocurre en la capital de España, referencia de lo peor de esta pandemia, con una joven presidenta en un hotel de lujo especialista en posar con lágrimas de cocodrilo.

El lunes podremos ir a ver a nuestros mayores en la Región de Murcia, pero igual con la visita no basta.

La deuda económica y, ante todo, moral es mayor y nosotros, en su amplia mayoría, no tenemos todavía alzhéimer.