Se ha hablado mucho de los héroes de esta pandemia, de todos esos trabajos, hasta ahora invisibles o poco valorados, que han recobrado visibilidad y dignidad a medida que se ha comprobado lo necesarios que son. Y nos hemos colgado, cada uno a su modo, la medalla del confinamiento responsable, por adaptarnos a todo esto, y contribuir a la causa quedándonos en casa. Y eso a pesar de que las semanas van pasando, y de que el confinamiento se está haciendo cada vez más duro. Sin embargo, las familias con hijos pequeños nos encontramos, junto al toque de queda y al terremoto social, político y económico al que asistimos, con la absoluta incertidumbre sobre qué va a pasar con nuestros hijos, cuándo volverán las clases y en qué condiciones abrirán sus colegios.

De nuestros hijos, los otros olvidados por la plaga bíblica que nos ha tocado, tengo la sensación de que sólo se habla para ver qué hacer con ellos, dónde colocarlos como si fuesen muebles. Cuando no es sólo un problema de logística (esa es sólo una de las caras del problema).

Nuestros hijos serán, si Dios quiere, el futuro de este país, para lo cual deberán formarse y crecer. Pero en este momento son seres en formación y en crecimiento, cada uno en su etapa, y con las necesidades que les son propias según sus características, como seres únicos e irrepetibles que son. Niños, al fin y al cabo, cuya vida cotidiana ha quedado congelada, por ahora indefinidamente. Y es que, aunque es una evidencia que esto nos está zarandeando a todos, al menos los adultos tenemos capacidad para entender esto, para bien o para mal, en toda su magnitud. No sabemos qué pasará, de entre todas las previsiones que tenemos a la vista, pero más o menos sabemos dónde estamos y qué podemos esperar. A ellos, en cambio, les han bajado del tren a mitad de trayecto, sin más, y no tienen ni la capacidad ni la madurez para entender la dimensión de todo esto. No dejo de pensar en todos esos niños de hogares desestructurados, de uno u otro modo, que habiéndose suspendido las clases, han quedado abandonados de la mano de Dios. Madre mía.

El confinamiento, que obviamente era ineludible durante las primeras semanas, y ahí tienes las imágenes de las ciudades desiertas, en las que no salía nadie ni a la puerta de su casa, está durando más de la cuenta, por razones que no cabe mencionar aquí. No voy a ser yo quien cuestione si está durando mucho o poco. Pero en lo que afecta al cierre de los colegios, no hace falta ser pedagogo para intuir el impacto que una vida congelada puede producir en niños y en adolescentes, y lo duro que es para ellos este encierro forzoso en su vida cotidiana.

Si te sirve de ejemplo, te puedo decir la cara que se me quedó cuando Antonio me dijo, después de su primera clase online, que él esperaba ver a sus amigos 'de verdad'. Le pregunté si es que él esperaba verlos en vivo, y noté en su cara que, sencillamente, los echaba de menos. A ellos y a los ratos de los recreos y los cambios de clase. Normal que estuviera triste.

Y esa es otra. No dudo, ni por un instante, del coraje y del valor de todas esas profesiones que decíamos al principio. Pero, cuando veo al profesor o a la profesora de turno al otro lado de la pantalla, armados de la paciencia de Job, tratando de hacer las clases amenas y cercanas, a pesar de las circunstancias, me parece que otro de los colectivos heroicos e invisibles es el de los maestros. Si no te parece heroico, dime que por lo menos es digno de santidad. Yo me he quedado muerta. Nunca imaginé que podrían tener este tinglado montado a la vuelta de Semana Santa, para poder retomar las clases. Y si algo se les puede enseñar a estos niños, al menos a los míos, de toda esta pandemia, es que hay que seguir, siempre. Como se pueda. Enseñarles que lo que no hagamos nosotros por nosotros mismos se quedará sin hacer.

El colegio de mis hijos es de los que ha apostado por ello. Seguir avanzando en lo que se pueda, y afianzar lo aprendido. A mí me parece un ejemplo formidable de adaptación a las circunstancias y de hacer frente a la adversidad. De paso, ha forzado a los niños a vencer la pereza diaria de hacer los deberes y las tareas ellos solos, a ser autónomos. Algo que, de no ir por delante el profesor o la profesora, ellos naturalmente no lo podrían hacer. Aquí también hay héroes, que lo sepa todo el mundo.