Ante la arrogancia humana, un virus que ni se ve, ha logrado poner de rodillas a toda la humanidad, reflejando que no somos tan poderosos como creemos, provocándonos pánico, y haciéndonos tragar nuestra capacidad destructora. Desde que los humanos descubrieron la agricultura y ganadería, algunos virus han pasado de los animales a los humanos, proceso que se ha acelerado con la crisis climática, que destruye los ecosistemas.

La capacidad de autodepuración de la Tierra que inicialmente existía, antes de las revoluciones industriales, fue reducida por el crecimiento de su población y el gran consumismo producido en los últimos cincuenta años. Todo esto ha generado un grave problema para la salud y bienestar de todos los seres vivos del planeta.

El pasado 10 de marzo, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, advertía de que la preocupación por el Covid-19 no debe reducir el esfuerzo mundial en la lucha contra la crisis climática.

Lo cierto es que ambas crisis, la del coronavirus (Covid-19) y la climática, presentan varias analogías y diferencias:

ANALOGÍAS.

Ambas son globales y exponenciales (son crisis transfronteras, aumentan su velocidad si no se interviene y provocan muertes).

Incrementan las desigualdades (afectan a las personas más vulnerables: con empleos precarios, desempleadas, mujeres, ancianos, dependientes, migrantes?).

Se deben abordar desde la cooperación y solidaridad internacional (requieren medidas globales, siendo imprescindible la cooperación y solidaridad internacional, con políticas preventivas que vayan en la misma dirección).

En las dos crisis se ha dado el negacionismo (el Covid-19 era como una gripe; el cambio climático ha existido siempre?).

DIFERENCIAS.

La crisis climática está avisada por la comunidad científica y sabemos que tenemos diez años para evitar llegar a una situación fuera de control, mientras que la crisis del coronavirus no estaba avisada tan explícitamente.

El cambio climático durará mucho más en el tiempo, y sus efectos son muy diversos (no solo afecta a la salud), en contraste con el Covid-19.

La respuesta al coronavirus está siendo contundente, con medidas drásticas para toda la sociedad, pero la del cambio climático, aunque también es urgente, se sigue condicionando a intereses económicos y políticos cortoplacistas.

Las acciones para frenar la emergencia climática no necesitarían sacrificios tan duros como las del Covid-19 si se actúa ya.

La crisis del Covid-19 ha tenido un efecto colateral positivo, al reducir la contaminación ambiental en todo el mundo, que cada año mata a 8,8 millones de personas, en el planeta, según la Agencia Europa del Medioambiente.

Son nuestros hábitos y comportamientos los que nos ponen en peligro, ya que con ellos destruimos la naturaleza. La función protectora de la biodiversidad produce la dilución de la carga vírica y la amortiguación del contagio, que la convierte en una inmensa y eficaz barrera para las zoonosis. Los ecosistemas ricos en especies limitan el contagio y la expansión de patógenos.

Actualmente, estamos más expuestos a los virus por el cambio climático, al estar destapando reservas de virus nuevos, potencialmente peligrosos, al fundir glaciares y el suelo congelado de zonas boreales ( permafrost). Además, permite que muchas enfermedades infecciosas tropicales lleguen a zonas templadas, como, por ejemplo, la malaria. El cambio climático tiene multitud de efectos indirectos que repercuten en el riesgo de infecciones y zoonosis.

Un reciente estudio (25-1-2020) muestra cómo el cambio climático ayuda a la transmisión de virus entre distintas especies de mamíferos. Actualmente, se estima que entre 10.000 y 600.000 especies de virus de mamíferos tienen el potencial de propagarse en poblaciones humanas, pero la gran mayoría de virus circula en la vida silvestre, y son desconocidos.

En 2015, el fundador de Microsoft, Bill Gates, decía que habíamos invertido muy poco para detener epidemias, y afirmaba que «si algo mata a más de diez millones de personas en las próximas décadas, lo más probable es que sea un virus altamente infeccioso en lugar de una guerra».

La comunidad científica en general sabe perfectamente que la pandemia originada por el Covid-19 no será la última. La actual globalización, junto con la crisis climática, favorecen el desarrollo de estas pandemias. Por eso, es muy probable que se vuelvan a repetir. En la actual crisis epidemiológica encontramos un anticipo de lo que nos espera si no nos tomamos en serio el cambio climático.

El distanciamiento social llegó para quedarse y cambiará nuestra forma de vida. Las medidas para frenar el coronavirus nos han llevado a cambiar radicalmente nuestra vida cotidiana. La mayoría de nosotros no nos hemos dado cuenta de que las cosas no volverán a la normalidad después de unos meses. No es una interrupción temporal, sino el comienzo de una forma de vida completamente diferente.

El mundo ya ha cambiado muchas veces, y ahora está cambiando de nuevo. Todos tendremos que adaptarnos a esas nuevas circunstancias. El coronavirus supone un punto de inflexión.

Afortunadamente, es improbable que la próxima pandemia cause el mismo nivel de pánico social, bursátil y político (el haber pasado la experiencia genera resiliencia). Además, es posible que una parte de la población mundial desarrolle cierta inmunidad natural que frene el contagio. También cabe esperar que los Gobiernos y autoridades sanitarias hayan desarrollado protocolos más eficaces, basados en la detección temprana, en lugar de tener que recurrir a los duros confinamientos.

Quisiera terminar con esta reflexión: los humanos no somos conscientes de que la Naturaleza puede vivir sin nosotros, pero nosotros no podemos vivir si ella. Somos dependientes de la naturaleza. No podemos seguir como hasta ahora.

¿Cuándo volveremos a abrazarnos, besarnos, acariciarnos, pasear, hacer deporte, salir con los amigos?? Esperemos que pronto lo podamos hacer. ¡No se valoran las cosas que tenemos hasta que se pierden!