1

Henri Michaux da cuenta de aquel tiempo en el que el sentimiento de la catástrofe habita inminente los lugares del cuerpo. Un rastro de melancolía acompaña la sonrisa vacía de quien ya no puede desafiar lo irreparable. En otro cuadro, un sol, un gran sol de sangre ocupa todo el espacio, el porvenir. Sin embargo, incluso en los cuadros más dramáticos y desordenados, un lugar siempre permanece limpio, absolutamente imperturbado. Curiosamente esa esquina se encuentra preservada de la destrucción de los mundos, como también de todo descorazonamiento, delirio o fraude.

2

Toda la historia del cuerpo es la de su demarcación, la de la red de marcas y signos que lo parcelan, para poder presentarlo después desde una supuesta unidad que olvida la sutura. Hay una segunda desnudez. Un límite transitable para la literatura y el erotismo. Para la medicina, el cuerpo de referencia es el cadáver. Para la religión, la referencia ideal del cuerpo es el animal.

3

Hay un antes y un después del cuerpo. Una frontera que se corrige y destruye para volver a un cero inicial. Hay también un mientras tanto dominado por el tiempo. Se presenta amenazador y es ajeno a toda forma. Hay combates contra la forma, que desde el silencio se resisten a la abdicación. Y el deseo, aún dormido, está siempre al acecho.

4

Otros cuerpos se desnudan. Muestran los signos de la vida como apariencia feliz. Se detienen en el umbral peligroso del tiempo. Muerte y sexo, en lugar de enfrentarse como principios antagonistas, se intercambian en el mismo ciclo, en la misma revolución. Ni la muerte es el precio de la sexualidad, ni el sexo el simple rodeo de la muerte. No son sino los momentos agudos de una fiesta que la naturaleza celebra con la multitud inagotable de los seres.

5

La enfermedad es el lado nocturno de la vida. Susan Sontag la interpreta como la metáfora por excelencia del territorio humano. Frente a la salud se afirma como caída, inconsistencia o insoportable peso. En su descenso arrastra al cuerpo y lo abate. Inventa un interior, lugar y nombre, en el que se revela el límite, quizás la impotencia.

6

Hay cuerpos transfigurados. Nacen de la metamorfosis de sus sombras, dolor o muerte. Ahí el tiempo queda anulado en el cero temporal que es el instante único. Ninguna representación de la muerte podrá acercarse nunca a la del Cristo de Holbein. Su extrema rigidez, el estertor, la piel ya amarillenta, el despojamiento que sólo la imaginería alemana supo dar a la muerte. Por qué esa mano indicando el lugar, gesto absoluto de lo irreparable, cadáver y destino. Sólo el relato podrá superar el silencio. Pero qué difícil resistirse a la tentación del alegorismo.

7

Por qué tanta evidencia, tanto interés por los detalles aún sabiendo que, marcados, no producen otro efecto que un gran dolor. Extraña intención la del Mantegna, poseído por la necesidad de consignarnos el sumario de la muerte. Sólo encontrarnos el gesto último de su descanso. Esta poética de la evidencia que tan bien presagia nuestro destino de modernos. Quizás en ello se basaba la pasión que Giacometti profesaba por su obra.

8

«Verdad dice quien dice sombra» (Wahr spricht wer Schatten spricht) había escrito Paul Celan en su Schwelle zu Schwelle (De umbral en umbral). Esa distancia entre la realidad y el lenguaje, mediada en Celan por el decir, nos sitúa ante una sombra que la poesía hace suya, es su territorio y su lugar de intervención. Recorrer la sombra, intentar desde la palabra nombrar/decir su verdad, tensamente, sin resolver nunca la distancia, tal es el territorio del poema, su lugar natural.

9

Quien había decidido «escribir en las cenizas del lenguaje», que es tanto como decir en aquel lugar en el que el lenguaje, transformado por una violencia nueva, estalla con su resplandor, permitiendo enunciar lo que antes había sido proscrito, se desliza ahora por el paisaje de «móviles dunas de palabras errantes», siguiendo el hilo, rastro, rayo, red, velo, estría… que marca la dirección de un viaje que parte del sentimiento de una ausencia. Palabra o imagen es para Paul Celan el momento en el que se encuentran temblorosamente los extremos.