La humanidad ha sufrido una agresión. Otra. De forma más o menos grave viene sufriendo una y otra vez agresiones distintas pero que responden a un mismo tipo de maltrato. Hasta el punto que cabe preguntarse: ¿Cómo ha podido la humanidad llegar hasta aquí? ¿Cómo es posible que no se plantee romper una relación tan tóxica que puede llegar incluso a ser mortal? ¿Cómo puede ser que, muy al contrario, el puño que sujeta a la humanidad la apriete cada vez con más fuerza?

El maltratador ha exigido siempre que las cosas se hagan a su manera. La relación nunca ha sido de igual a igual. Cuestiones como el respeto a la naturaleza, el bienestar o los cuidados nunca se han llegado a considerar seriamente y, cuando se han tenido en cuenta, han quedado siempre relegadas a un segundo plano. Es así, en pequeños gestos, en la manera de hablar, en la forma de no llegar a acuerdos, a través de diversas formas de anulación, como la humanidad se ha ido plegando a todos los deseos de su maltratador.

Por más que la humanidad ha intentado satisfacer esos deseos, para el maltratador nunca es suficiente. Cuanto más ofrece la humanidad, más pide el maltratador. Y como su deseo es imposible de saciar, el mal humor y los caprichos del maltratador resultan constantes. Crecen y crecen sin medida. Hasta que el maltratador estalla, y la humanidad sufre otra agresión.

Los estallidos son tan traumáticos que la humanidad tiende a olvidarlos. Hay que hacer un esfuerzo para recordar cómo el maltratador estalló a principios de siglo en Argentina con el corralito, cómo desató la guerra de Irak, la crisis hipotecaria de Estados Unidos que acabó convirtiendo en una crisis económica y financiera mundial, y cómo, con cada uno de esos estallidos, el maltratador ha ido recortando en sanidad, en educación; en los servicios públicos esenciales para la humanidad. Hasta que ha conseguido imponer la creencia de que no hay alternativa; parece imposible una vida sin él, una vida distinta y mejor.

Aunque haya jurado a la humanidad que algunos de sus estallidos han sido el último, aunque perjure que a partir de ahora la respetará, aunque a veces finja arrepentimiento, sabemos que el maltratador no tardará en volver a las andadas. Basta tomar un poco de perspectiva para darnos cuenta de que lo único que le importa en el fondo es su siempre insaciable beneficio económico. Con cada nueva agresión se hace más y más evidente que el maltratador está incluso dispuesto a acabar con la vida de la humanidad. Y esto no es una mera suposición acerca del carácter homicida del maltratador. Es un hecho. La emergencia climática lleva amenazando la vida de la humanidad desde hace décadas, mientras el maltratador le resta importancia y algunos de sus cómplices llegan incluso a negarla. Echando la vista atrás podemos ver que el peligro de muerte no ha dejado de crecer para la humanidad desde que el maltratador entró en su vida.

El Coronavirus es la última agresión que ha sufrido la humanidad. Es muy grave, estamos en la UVI, pero es fácil que después de este estallido volvamos a repetir el ciclo. Sin embargo, no es inevitable. Cada vez que se reinicia el círculo del maltrato, hay un punto de disloque; el momento en el que la humanidad ve el verdadero rostro de su maltratador. El momento en el que resplandece la idea de romper con él y de empezar una nueva vida distinta y mejor.

No es fácil aprovechar ese momento, pero en manos del maltratador ya sabemos lo que nos espera.