Desde mi ventana veo varios graffitis que me alertan de que el machismo mata más que el coronavirus. La frase ha quedado desfasada en apenas unos días por el peso de la realidad. Sepultada, diría yo. Y no estoy banalizando el problema de la violencia contra las mujeres. Intento evidenciar que mucha gente subestimó la crisis sanitaria (incluso se burló de ella), teniendo datos sobre la mesa que nos alertaban de la catástrofe venidera. La gente, y el gobierno de la gente.

Llevo varios días pensando en Manzoni y en la obra que cambió la lengua italiana en los años anteriores a la unificación. Hablamos de Los novios. Mi amigo F. J. García Melenchón, que dejó de darme clases de italiano hace años pero que no se libra de enseñarme, me comentaba que todo lo que estaba sucediendo ya lo había escrito Manzoni. Hace casi doscientos años. En los capítulos XXXI y XXXII de la novela antes citada. Cada día nos acercamos a su lectura, compartida, y comprobamos que los gobernantes anteponen su minuto de gloria a los intereses generales.

Renzo y Lucía son dos amantes de origen humilde que se ven separados por diferentes azares de la vida. Pero lo que nos interesa de la historia es que su amor transcurre durante los años de la Gran Peste de Milán, entre 1629 y 1633, en plena dominación española. La obra es una profecía de nuestros días. Un golpe de realidad a las irresponsabilidades pasadas.

Ludovico Setalla practica la medicina y alerta al gobierno de un posible caso de peste en los pueblos cercanos a la capital lombarda. Las autoridades, tras revisar el caso de forma ligera, determinan que se trata de una vulgar gripe, «un tipo de mal acostumbrado en otoño». Pero esa 'gripe' va a más y pronto llama a las puertas de Milán. El primer caso se diagnostica el 30 de octubre. Las medidas del gobierno se anuncian el 23 de noviembre.

Los milaneses, mientras tanto, hacían su vida normal. A todo aquel que se atrevía a anunciar el mal que estaba por llegarles era recibido con burla y escarnio, llamándolo agorero. Durante la epidemia, fue nombrado gobernador del Milanesado Ambrosio de Spinola, el elegante soldado de Las lanzas de Velázquez. Todo queda en casa.

Pero el momento culminante y absurdo llega cuando las autoridades deciden sacar en procesión el cuerpo de San Carlos, para ofrecer una romería a Dios y aplacar los números trágicos de la peste. El obispo se niega en un primer momento, pero finalmente accede. En la procesión, el 11 de junio de 1630, los miembros del gobierno ocupan las primeras filas. Animan a los fieles a inundar las calles. Capitalizan el sentimiento y el miedo generalizado. Se dan un baño de multitudes, de besos y abrazos.

Y llegó la mañana siguiente. Dice Manzoni: «Desde aquel día, la furia del contagio no dejó de crecer (€) Piénsese ahora en qué angustias debieron de encontrase los decuriones, en quienes recayó el peso de proveer a las necesidades públicas, de reparar lo que había de reparable en tal desastre». Ahora sabemos que Manzoni, 200 años después, es más actual que los graffitis morados de mi calle.