Hemos oído hablar hoy de género desde todas las perspectivas posibles: sociales, jurídicas, biológicas, médicas, artísticas y culturales. Está presente en los medios de comunicación cuando hablamos de violencia de género, perspectiva de género, identidad de género, arte de género€ más que un concepto 'el género' va camino de construir toda una episteme.

¿Qué ha sucedido para que este concepto haya pasado de significar la construcción cultural del sexo a ser el mayor productor de identidades sociales? ¿cómo ha llegado el concepto de género a constituir, hoy, una categoría imprescindible para radiografiar nuestro propio tiempo? Sin duda, lo primero que ha pasado es el pensamiento feminista como gran constructor de conocimiento en torno a este concepto.

El pensamiento feminista de la Segunda Ola encontró en el género la herramienta conceptual más potente para cuestionar el orden social, los diferentes roles y funciones que se atribuyen a cada sexo, sacó a la luz la desigualdad en las atribuciones de funciones sociales a los géneros, mujeres al espacio reproductivo y hombres al espacio productivo, cuestionó la desigualdad que esta atribución de roles produce en el espacio público y en las condiciones materiales de la vida de cada uno.

Y se reveló como una categoría de análisis histórico, social y cultural poderosa, muy necesaria para analizar la experiencia personal de las mujeres que había sido históricamente olvidada. Realmente la mujer no tenía historia, nunca había sido sujeto de la historia, hasta que apareció el concepto de género y le permitió entrar en este glamuroso mundo no ya como protagonista principal pero sí, al menos, como protagonista secundaria, lo Otro, que diría Beauvoir. La inclusión de las mujeres en la historia a través de la categoría de género, sacó a la luz que la relación hombre-mujer estaba atravesada por una relación de dominación, que había naturalizado de manera desigual lo que era una diferencia biológica puramente sexual.

La Tercera Ola del pensamiento feminista que nace del postestructuralismo profundizará en las consecuencias del poder de la dominación masculina; Judith Butler, la pensadora más representativa de este momento, desestabilizará la identidades esenciales del género: masculino o femenino, por ser binarias, romperá la relación dialéctica de dominación inherente a ella y abrirá la puerta a las identidades múltiples del ser genérico: lo queer, lo trans, lo post€ a partir de ahora dejaban de ser identidades sancionadas, perseguidas, corregidas, discriminadas o medicalizadas y debían de ser aceptadas, no como un error de la naturaleza, sino como otras formas del ser genérico.

En La Cuarta Ola del movimiento feminista, momento en el que nos encontramos, el concepto ha entrado en una deriva conceptual difícil de explicar. Como señala Rosa María Rodríguez Magda en su libro La mujer molesta, «se ha producido un deslizamiento semántico y lo que en un momento significó desigualdad material, ejercicio de poder de un sexo sobre otro y discriminación hacia las mujeres, ha perdido ese talente crítico político, para pasar a significar aceptación de la diversidad». Lo más sorprendente de esta última singladura es que el concepto de género ha saltado del pensamiento feminista y los estudios académicos a las ciencias biomédicas para legitimar de nuevo el discurso de lo canónico y normativo, es decir, de cómo intervenir sobre el cuerpo para modificarlo según estereotipos.

Así, las tecnologías del cuerpo: quirúrgicas, endocrinológicas, biomédicas, etc. han proliferado durante la segunda mitad del siglo XX como nuevas formas de episteme, que sobre la base del concepto identidad de género, legitiman científicamente la intervención sobre el cuerpo, según el ideal regulador existente de lo que un cuerpo humano debe ser: o hombre o mujer. Lo que empezó siendo emancipador ha acabado por convertirse en una trampa reactiva.

El problema que quiero señalar y que veo crucial en este último momento es ¿cómo hemos saltado del género cómo construcción social que pone en evidencia las desigualdades, al género como un problema solo de identidad e interpretación biomédica? Sucede que en esta última versión del género convertido en un dispositivo, a través del cuál la medicina interviene sobre los cuerpos considerados de nuevo anómalos, transformando la diversidad en normatividad binaria, a mi parecer, convierte en inútil la lucha feminista por combatir los estereotipos: o masculino o femenino, y deja intacto el núcleo central del problema de género, a saber, las formas de dominación implícitas en esta relación.

Y sucede, también, que en este escenario progre de la transmodernidad, los transgénicos, el transgénero, la trasnacionalidad y el transfemismo estamos entrando en una época transhumana en la que las tecnologías biomédicas comienzan a hacerse cuerpo a través de los tratamientos hormonales, las dietas, los alquileres de órganos, las siliconas, los implantes biónicos, etc. consolidando modos específicos de mercantilización de los cuerpos.

En este horizonte posthumano, siendo muy respetuosa con los deseos de identidad de cadx unx y con las reivindicaciones legítimas de diversos colectivos en el espacio social, hay que dejar claro ante las políticas públicas y el pensamiento progre, que el objetivo de la lucha del movimiento feminista no se puede reducir solo a un problema de identidad y de atención a la diversidad. El feminismo como movimiento social y político tiene una historia de siglos de conquistas de derechos y lucha por la emancipación y por la igualdad.

Y que esta lucha es hoy necesaria se hace visible en la violencia de género, en un reparto desigual de la riqueza, en la discriminación salarial, menor contratación, problemas de conciliación, techo de cristal, menor representación en los órganos de decisión de empresas e instituciones, desmercantilización y discriminación en los periodos de maternidad, menor cotización, menor pensión€

Por no hablar de lugares del mundo en donde las mujeres no tienen acceso a la educación, sufren violencia, mutilación, matrimonios forzados, feminicidios€ y no por un problema de identidad sino por el hecho de haber nacido mujeres. Y, al fin y al cabo, creo que cualquier identidad de género, sea trans o queer, post o ciber tendrá problemas de contratación, sufrirá precarización laboral, tal vez le cueste conciliar, necesitará en algún momento de su vida cuidados, será dependiente y si performativiza en exceso su sexo sufrirá acoso y otras formas de violencia patriarcal.

El feminismo como movimiento político y social, hoy más que nunca, ha de tener claro que la lucha por la igualdad no se pelea sólo desde las reivindicaciones de los deseos, la subjetividad y las identidades, sino desde el reconocimiento de derechos, la erradicación de la violencia y la lucha por iguales condiciones materiales de vida de todas y cadx unx.