penas una hora después de dar a luz, recién subida a planta tras la recuperación, ya me di cuenta de que lo verdaderamente difícil comenzaba entonces. El 'pequeño ratón' pasó demasiado tiempo en el canal de parto (no fue un alumbramiento del todo sencillo pero al final nació sin ningún tipo de intervención) lo que provocó que tragase bastante líquido amniótico y, tan pronto como llegamos a la habitación, empezó a hacer unos esfuerzos extraños por vomitar o toser que lo dejaban varios segundos sin respiración.

La primera vez corrí con el bebé en brazos hasta el puesto de control porque pensaba que se ahogaba. Allí, las enfermeras, muy tranquilas, me dijeron que era 'la madeja' (concepto del que no había oído hablar jamás y que desconozco y dudo que se denomine así en el la jerga médica) y que tenía que expulsarla por sus propios medios. Antes se aspiraba, me contaron, pero era peor introducir el tubo por el aparato digestivo del bebé que aguardar a que el mismo se deshiciese de ésta, con nuestra vigilancia y ayuda.

La teoría estaba clara, pero en la práctica os imagináis el pánico que recorría mi cuerpo. Así, a la noche de parto sumamos dos más en vela incorporando al bebé y dando golpecitos en su espalda cada vez que esto ocurría, que era con una frecuencia de entre 5 y 7 minutos. Pero el cansancio no era lo peor. Sin duda, lo peor fue el miedo que se apoderó de mí durante aquellas 48 horas. Reconozco que estaba poseída. No era capaz de establecer una conversación con nadie, ni comer, ni dormir? mis cinco sentidos estaban puestos en mi pequeño. Esto despertó la inquietud entre mis familiares que veían cómo estaba cada vez más floja y un tanto ida de la cabeza. Con el tiempo conseguí controlar aquella turbación, pero supe que desde entonces viviría con ese desasosiego, con esa preocupación por la vida de alguien más que por la mía propia, tuviese riesgo real de ahogamiento o no.

Y después de un par de días con un régimen de alojamiento completo (incluidos cuidados médicos, análisis y respuestas a todo tipo de consultas de madre primeriza) te mandan sola a casa. Nadie te prepara para eso. Aún recuerdo el momento en el que 'el hombre del Renacimiento' y yo salíamos por la puerta de la Arrixaca con nuestro bebé en brazos esperando que algún vigilante de seguridad nos llamase la atención. No podíamos creer que aquello fuera nuestro y que pudiéramos llevárnoslo así, sin firmar ninguna cláusula, documento o, al menos, un recibí. ¡Menuda irresponsabilidad! Pero si nosotros no habíamos hecho esto nunca. En nuestros currículums no constaba nada relacionado con la crianza y la educación de pequeños infantes. Tanto es así que nos llevó un buen rato conseguir instalar la silla del cochecito, que tampoco habíamos instalado hasta la ocasión, y eso debía ser de lo más fácil. ¿Qué ocurriría con el resto de cuidados? ¿Cómo íbamos a ser capaces de mantenerlo vivo? Si al menos hablase y pudiese ayudarnos con sus necesidades.

Fue entonces mismo cuando pensé que más importantes que las clases de preparación al parto (a las que reconozco que no asistí), momento en el que estás completamente acompañada, asesorada y atendida por profesionales sanitarios, son necesarias las clases de preparación al postparto. ¿Cuántas veces tiene que hacer caca? ¿Es normal que se le pongan los ojos en blanco soñando? ¿Cómo hago para dormirlo? ¿Lo despierto para comer?

Hoy 'el pequeño ratón' ha cumplido cuatro meses. ¡Lo hemos conseguido! Está sano, salvo y feliz. Gracias a los libros de Carlos Gonzáles, al instinto y a Google (y alguna que otra consulta al pediatra).