2666 es una novela que plantea su primer enigma ya en la portada. Averiguar qué puede significar su título ha dado lugar a toda clase de especulaciones. Y uno de los atrevimientos de este artículo es proponer la solución de ese enigma.

La novela de Roberto Bolaño es inconmensurable, en todos los sentidos; excede las 1.100 páginas y en muchas ocasiones la capacidad antropológica para leer y recordar y relacionar los cientos de sucesos que entretejen su trama. Aunque está escrita, entre otro millón de cosas, para eso, para que soltemos amarras y nos dejemos llevar por las cinco inmensas partes que desembocan en el mar bravo que es el libro completo, para que nos ahoguemos en ese mar. Una novela larga, ancha y profunda, de una arquitectura minuciosa y delirante en la que cientos de piezas encajan en un puzzle que podría dar la sensación de que representa una figura abstracta. Un huracán sin contornos y con un centro que se desplaza continuamente para que nos perdamos con la infinidad de personajes y escenas que se retuercen en su interior.

Otro de los enigmas que plantea, mucho más importante, aunque en el fondo es el mismo, es su tema. Releo el párrafo anterior y me doy cuenta de que, así descrita, 2666 podría parecer uno de esos callejones sin salida de la literatura experimental. Encrucijada del arte contemporáneo en el que muchas obras, literarias o no, se pierden a menudo en el laberinto de su ombligo. Algunos sin duda la han leído así; como una sucesión desencadenada de acontecimientos, personajes, diálogos y acciones que amagan a veces con tener un argumento pero que se deshilacha finalmente en líneas de fuga. Y sin embargo, 2666 es todo lo contrario a ese tipo de juegos formales.

El resultado final, la imagen del puzzle que compone, no es una figura abstracta o vacía, muy al contrario, está llena de cuestiones y problemas concretos, pero que además atraviesan una figura central en la novela: la figura de la mujer, de los cientos de mujeres que mueren violadas, torturadas y asesinadas en Santa Teresa, trasunto de Ciudad Juárez, México, trasunto del Mundo. Los cientos de figuras que han sido aplastadas y retorcidas hasta resultar casi irreconocibles. Ese es el ojo del huracán, su centro ambulante, la figura crucial e inapelable de 2666.

El mayor triunfo del Diablo fue convencer a los hombres de que no existía. Y es este uno de esos enigmas que son difíciles de resolver no porque estén ocultos sino precisamente porque los tenemos continuamente ante los ojos. El Diablo no se ve porque está por todas partes. En la novela y en el mundo. Y desde el título, 2666 nos recuerda que en este segundo milenio el número de la Bestia se refiere al mayor y más sanguinario crimen que la humanidad ha perpetrado y sigue perpetrando cada día contra sí misma.

A veces imagino que mujeres y hombres del futuro miran hacia atrás y ven los feminicidios del pasado con el mismo horror que vemos nosotros hoy el Apartheid o el Holocausto. De hecho, imagino que los verán con mucho más horror y desolación, porque se trata de un crimen infinitamente más largo, más ancho y más profundo. Imagino que mirarán hacia a atrás y que nos verán aún hoy, a principios del siglo XXI, sepultados en nuestra propia barbarie. 2666 nos adelanta esa visión del futuro.