Inés Arrimadas quiere ser Albert Rivera. Líder plenipotenciaria. Todos en Ciudadanos, y hasta fuera de ese partido, la consideran sucesora natural. Antes incluso de la dimisión del líder fundador había muchos que la preferían. En teoría, Arrimadas nada tiene que hacer para entronizarse, pues hay una inercia que la designa. Y es esto la que la conduce a una lógica: si me queréis, votadme. El cambio en Ciudadanos significaría sustituir a Rivera por Arrimadas. Y todo lo demás, como siempre.

Pero el cambio, después del rosario de errores que contabiliza ese partido, no puede consistir en sustituir a un líder, sino en reformar la organización. El éxito de Ciudadanos se debe a Rivera y también su fracaso. En ambas circunstancias, la militancia y la nomenclatura orgánica han ido marcando el paso: ascendieron a la gloria y descendieron a los infiernos. Tiene gracia que los militantes y votantes potenciales de Ciudadanos sean, si se mira el mapa de las urnas por barrios, vecinos a los que se supone preparados e informados. Y, sin embargo, han avalado a un partido que interpreta la voluntad de sus seguidores sin dar a éstos opción a la participación democrática en sus estrategias y decisiones. La 'nueva política' proclamada consistía, en realidad, en la regresión a la pasividad de la masa ante la lumbrera del líder carismático que preveía el presente y el futuro, hasta que con él se estrellara todo el partido.

Rivera es historia, pero quien viene a sustituirlo, Arrimadas, aspira al mismo privilegio que su antecesor: a morir matando. ¿Quién se resistiría a convertirse en dueña de vidas y haciendas si el populus (y sobre él, los dirigentes designados) están otra vez decididos a dejarse conducir al abismo de un liderazgo providencial?

Nadie ha entendido que si la prioridad de Ciudadanos era evitar la deriva nacionalista renunciaran en su día a conformar un Gobierno de coalición con el PSOE, en una suma socialdemócrata liberal que, además, habría proporcionado a aquel partido responsabilidades ejecutivas en la gobernación. Del mismo modo, es difícil interpretar la reacción al castigo que recibieron en las urnas por esa dejación: pretenden recomponerse con una supuesto nuevo modelo ingeniado por los desechos de tienta de la estructura directiva fracasada. Resulta que Fran Hervías, el secretario de Organización que montó todo el tinglado de una estructura falluta, es el encargado de promover la solución alternativa y de hacerlo antes de despedirse a causa de la responsabilidad de sus errores en su trabajo inicial. Es como si a los ejecutivos de Lehman Brothers se les hubiera encargado la reformulación del sistema financiero tras la crisis de 2008. Y, además, mientras crea los nuevos mimbres, Hervías anuncia la redacción de unas memorias de su experiencia que prometen ser vengativas contra sus críticos, lo que indica que carece de disposición para que el futuro de Ciudadanos que teóricamente está forjando discurra al margen de las polémicas pasadas, aunque quede el consuelo de que al menos presuma de saber escribir.

La semilla de Hervías se constataba ayer mismo en Ciudadanos Murcia. Acabado el plazo para la presentación de candidatos a compromisarios para la asamblea o congreso de la refundación del partido, la web de la organización no ofrecía dato alguno sobre el proceso. No digo ya para la prensa, sino para los propios militantes que se presentaran y quienes los votaran. Opacidad absoluta. Nueva política. Transparencia marca Ciudadanos. Por los antecedentes en el proceder de la secretaría de Organización sería legítimo sospechar de la existencia de un prepucherazo. No es extraño que Valle Miguélez haya sobrevivido en la gestora regional en su condición de 'soplona' de Hervías, y esto a pesar de que en su gestión como secretaria de Organización el partido haya pasado de 8.000 a 800 militantes (aunque ella no fue capaz de cifrarlos con exactitud ante la Policía cuando fue interrogada sobre las primarias autonómicas puestas en entredicho y que tenía la responsabilidad de tutelar).

Es normal que frente a estas dinámicas haya aparecido un sector crítico (hay circunstancias en las que hasta los mudos hablan) que promueve algo tan simple como que los líderes regionales puedan ser elegidos por la militancia local. El grupo liderado por Francisco Igea, que ya sufrió los métodos mañosos de Hervías en Castilla y León, ha emitido una única enmienda a la ponencia de la gestora nacional, la que se refiere a la elección democrática de los dirigentes regionales. Pero en vez de como enmienda parcial, la ha instrumentado a la totalidad. Es decir, acepta el texto de la gestora menos en ese punto, pero en caso de que la militancia optara por su propuesta, aparecería como una enmienda general a la que la gestora ha diseñado para Arrimadas, de modo que ésta podría verse desautorizada. La pregunta es: ¿están lo militantes de Ciudadanos conformes en votar una ponencia que los excluye como sujetos activos en la participación de la elección de sus dirigentes? Es obvio que la mayoría prefiere a Arrimadas frente a Igea, pero esto supone elegir entre la continuidad de la autocracia frente a la novedad de la democracia. Más claro: están obligados a decidir si el concepto de ciudadanía, con el que se autotitulan, es sinónimo de servilismo. Ellos mismos, oye.