Suponga que usted tiene que hacerse una ecografía. Ya le han derivado varias veces a la pública, porque al parecer, en su hospital de referencia, pongamos por caso el Morales Meseguer, no es posible que se la hagan porque, le dicen, las listas son kilométricas en dicho hospital. Así es que, una vez más, tras larga espera, y si quiere que le hagan la ansiada ecografía, usted ha de aceptar que le deriven a una clínica privada. Y va allí, y ve como un señor, o señora, con bata blanca (supone que es el médico o la médica) entra en la sala donde usted ya está preparada en la camilla, y dispuesta a que le realicen la dichosa ecografía. A veces, el señor, o la señora que entra, ni siquiera le de las buenas tardes (no hay tiempo para sutilezas). Se pone ante el aparato ecógrafo, le pone en la piel una cremita fría y le sitúa el transductor en el lugar que se supone que está su dolencia.

Cinco minutos de aquí para allá. Ni un segundo más. Usted no es médico, pero si tiene amigos y amigas médicas que le dicen que una ecografía de riñón no se puede (poderse sí, ellos la hacen, pero no se debe) hacer en cinco minutos. Pasado ese tiempo le dan papel para que se limpie y se acabó el trámite, que seguramente saldrá negativo porque la cosa no ha dado para más. Usted, pasado el tiempo, vuelve a tener fiebre, vuelve a tener infección de orina y vuelve al médico que le mandará hacerse un cultivo de orín, le pondrá un tratamiento de antibióticos y, seguramente, le enviará de nuevo a hacerse una ecografía, porque algo no funciona.

Sí, su médico de familia (que seria de la sanidad pública sin estos facultativos, sin las enfermeras de los ambulatorios), de nuevo decide que hay que hacer una nueva prueba. Usted, harta ya de estar harta, se niega a que se la hagan fuera, pongamos por caso, del Morales Meseguer, que es su hospital de referencia. Al final se pone tan pesada que, pasado el tiempo, consigue que se la realicen en dicho hospital, por la tarde, en eso que los médicos llaman vulgarmente 'peonadas', pero que significa que prolongan su horario de trabajo y, lógicamente como cualquier otro trabajador, cobran por un trabajo extra. Y usted, que es muy curiosa, o curioso, indaga las razones por las que, en la mayoría de los casos, el paciente es derivado a la sanidad privada cuando las mejores instalaciones y, si me apuran, los mejores profesionales también, están en la pública.

Y además, ahí si te dicen buenas tardes (no porque sean más educados, es que tienen más tiempo) y te advierten de que la cremita que te ponen para hacer la ecografía está fría y, en definitiva te sientes persona. Y por supuesto la prueba no dura cinco minutos. No, ahí te hacen la ecografía que han de hacerte, dando posibilidad a que puedan descubrirte otras cosas que tú ignorabas, pero que si no se realiza con el tiempo adecuado no es posible detectarlo. En definitiva, te han tratado como a un paciente que ya está lo suficiente vulnerable como para no necesitar que le hagan sentirse digno.

Y ante este cambio, procuras enterarte de las razones por las que te derivan, siempre, a la sanidad privada, cuando has de hacerte alguna prueba diagnóstica; por si es verdad eso de que cuesta más barato hacerla en ella que en la pública. Pero no, la ecografía ahí sale el doble de cara. Y no lo comprendes, claro, es difícil comprender que los hospitales públicos funcionen a medio gas, mientras te derivan a un hospital que no te merece ninguna confianza, para enterarte, al final, que la asistencia en este cuesta más que en el público y que, por ejemplo, con un especialista más en el Morales Meseguer sería suficiente para evitar que las listas de espera, en este campo, se hagan insufribles. Es decir, la contratación de un radiólogo evitaría el incremento de las listas de espera y mucho dinero gastado en externalizar la asistencia. Pero, claro, algunos dejarían de hacer negocio con dicha externalización porque, cuando algo no tiene explicación, hay que indagar en los intereses económicos, a no ser que sean unos incapaces. Y no lo creo.