Casi la mitad de los electores alemanes votaron por aquel loco. ¿Cómo puedes explicar que la mitad de la población de un país que produjo a Goethe y Schiller, a Beethoven y Bach, y las más hermosas ciudades antiguas, y templos del saber, se dejase arrastrar por aquel demente?

El retorno, novela de Fred Uhlman

La región de Murcia, donde vivo, es la única Comunidad autónoma en la que la extrema derecha ha ganado las elecciones. Y el municipio de Cartagena, donde trabajo hace décadas, es el municipio con más población de España en el que ha ganado Vox. Pero es que en Molina de Segura, donde resido, también los ultras han sido primera fuerza en votos este domingo. ¿Soy un paranoico o tengo motivo para preocuparme?

Cuando desperté el lunes pasado creí al fin comprender lo que sintió Gregorio Samsa en el relato de Kafka. Si estaba rodeado por 200.000 fascistas entonces yo era el bicho raro. ¿Pero son de verdad fascistas esta masa ingente de votantes murcianos que ha dado la victoria a Vox en la región? Esta es una pregunta urgente e incómoda. No creo que (todavía) lo sean. Pero casi todos llevamos un fascista potencial dentro: sólo es necesario crear las condiciones adecuadas para que surja. Con pocas excepciones, basta sentirse suficientemente amenazado (real o imaginariamente) para estar dispuesto a matar (el sociólogo Norbert Elías nos explicó que las comunidades humanas de supervivencia también son siempre comunidades de exterminio).

Hace tres años los ultras tenían apenas 2.600 votos en la región (el 0,36%) y ahora habían logrado trepar hasta el 28% (200.000 votos), casi 80 veces más. Sin embargo, tener la mayoría no es tener la razón. Entonces, ¿es suficiente con tener razón? Camus nos dijo que su generación había aprendido, a propósito de la Guerra Civil Española, que uno puede tener razón y ser derrotado.

De momento estábamos derrotados: la suma de la derecha dura y la extrema derecha daba el 54% del voto popular (un 62% si sumamos a Cs), frente a un exiguo 37% de las izquierdas. Pero al comparar estas cifras con anteriores elecciones se comprueba un patrón de continuidad: desde las autonómicas de 1995 las derechas (una o trina) han superado en la Región de Murcia el 50% del voto popular, e incluso han estado por encima del resultado del domingo la mayor parte de las veces. En realidad para que se produzca un cambio deben modificarse los marcos interpretativos, que son el andamiaje conceptual, los esquemas interpretativos compartidos tanto de las causas como de las soluciones de un problema. Cuando éstos cambian se produce un cambio de paradigma. Aquí seguimos con los mismos, sostenidos por las coaliciones políticas y los alianzas de intereses hegemónicos. Por eso perdemos reiteradamente. El problema es que ahora la fuerza principal (de momento) es un partido neofascista, racista y xenófobo, negacionista climático, machista, nostálgico del franquismo, y ultraliberal. ¿Cómo había podido ocurrir este cambio?

Las explicaciones hay que hacerlas todo lo sencillo que se pueda pero no más. Estamos ante un fenómeno complejo y multicausal cuyo desarrollo explicativo no cabe en este artículo. Pero dejaremos apuntadas algunas causas: primero, el 'blanqueo' de la ultraderecha, que hay que atribuir a PP y Cs cuando pactan con ella y aún le entregan cuotas de poder (como presidencias de Juntas Vecinales en la capital); a algunos medios de comunicación, que los igualan a los partidos democráticos, o a actitudes como la del presidente de la CROEM, que los jalea y felicita en público.

Luego, está la debilidad del sentimiento regional murciano y la prevalente identificación de una parte significativa del electorado con el sentimiento nacional español que hace que se excite el ardor patriótico por la crisis catalana y se relegue en cambio el colapso del Mar Menor, y que permite votar a los únicos que no fueron a la gran manifestación de Cartagena y que son además incapaces de pedir responsabilidades a los propietarios agrícolas que han contaminado la laguna salada, como tampoco se les pide a los directos responsables políticos del desastre por su negligente y criminal gestión de décadas.

También diversos estudios han mostrado la casi perfecta coincidencia de los porcentajes de voto a Vox con la tasa de población inmigrantes de cada localidad, a la que su electorado rechaza en un inocultable ejercicio de racismo, que se muestra especialmente contra los de origen africano (con evidente islamofobia) y contra las familias pobres en general (aporofobia). Aquí funciona esa psicopatología de la pequeña diferencia que describiera Freud: se denigra al más próximo por abajo mientras se es servil con el poderoso.

Se podrían añadir otras razones relacionadas como la llamada path dependency (patrones de dependencia) algo así como la persistencia histórica de la preferencia política, que impone fuertes restricciones al conjunto de decisiones disponible (que están condicionadas aunque no determinadas) y que vincularía los decisiones actuales a querencias históricas muy arraigadas en una región como la nuestra bastante caciquil, clientelar y clericalista a lo largo de su historia contemporánea.

De fondo tenemos un fresco social que muestra una sociedad vulnerable y llena de desigualdades, y por ello propensa a formas de servidumbre voluntaria, con un tercio de la población en riesgo de pobreza y exclusión (que aumenta hasta el 36% en Cartagena y el Mar Menor), con la segunda tasa más alta de abandono escolar prematuro (24,1%); con un 6,5% por debajo de la media de población española con estudios superiores; con el segundo salario medio más bajo de España, las terceras pensiones por la cola; con los Servicios Sociales más precarios del país; y que destaca en cambio en indicadores como el sobrepeso de adultos (primera) o tasa de violencia machista (segunda).

A todo esto hay que añadir un modelo económico fracasado e insostenible que produce miedo e incertidumbre. Hemos tropezado con los límites del planeta y esto no tiene salida. Tenemos ante nosotros un horizonte de colapso y de catástrofe global cuyas primeras expresiones se ven ya en la región. Ante la emergencia climática hay que acometer cambios y adaptaciones profundas incompatibles con el miope cortoplacismo de las políticas públicas y la ceguera voluntaria de la mayorías. Las tensiones sociales que se están creando ponen en crisis el modelo y como dice Yayo Herrero, la extrema derecha viene a «desviar la mirada del proceso de desposesión y expulsión que estamos viviendo. Solo en un clima de tensión, violencia e histeria es posible esconder dicho proceso». Fascismo territorial le ha llamado Boaventura Souza Santos.

Hay una conocida cita de Gramsci que dice que «lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer. Y en el claroscuro surgen los monstruos». Vox pertenece a esas nuevas monstruosidades epocales. En fin, sólo un cambio significativo de política, como el que podría hacer quizás un Gobierno como el que se perfila ahora, neutralizaría estas tendencias que se mueven entre el resentimiento social y el suicidio colectivo de una sociedad autófaga empeñada en devorarse a sí misma.