Es de observar que muchas veces las actuaciones de las personas afectadas por los prejuicios ocasionan perjuicios, bien para sí mismo o para los terceros por ellas afectados. En el ámbito de las relaciones civiles, esos daños infringidos a otros, por acción o por omisión, son reparables siempre que la conducta irregular sea constitutiva de culpa o negligencia, sin consecuencia alguna si son de otro modo.

Pero en el terreno de la política no suceden así las cosas, de manera que las decisiones de quienes nos gobiernan solo electoralmente son asumidas por los ciudadanos, quienes normalmente ajustarán su voto en cada uno de los comicios legalmente previstos al nivel de aceptación que alcancen respecto del proceder de aquéllos a los que anteriormente eligieron para que les representasen y dirigiesen. Así, incluso los afiliados a cada uno de los partidos pueden alterar su intención, cambiando de orientación o simplemente absteniéndose de votar. Así las cosas, la compensación o reparación que los propios ciudadanos reciben se queda limitada a una mera expectativa, la misma encarnada en la posibilidad de que los que designaron lo hagan mejor u otros gobiernen con más acierto.

Esta tendencia es trasversal, pues afecta a todo tipo de elecciones y, por ende, a todos los niveles de la hoy denominada 'gobernanza', ya sea estatal, autonómica o local.

Todo esto viene a cuento de la capital influencia que pueden tener los prejuicios en las decisiones políticas, fenómeno que en la conformación de los Gobiernos según la nomenclatura legal y la composición de las cámaras legislativas, donde en verdad reside la soberanía popular, puede plasmarse en una auténtica paralización tanto de esas cámaras como de los gobiernos que de las mismas han de aflorar. En España lo hemos vivido recientemente en dos ocasiones, en 2015 y en este año 2019.

Hoy día en nuestro país el bipartidismo está ausente y no se sabe si volverá o no próximamente, lo que impone la necesidad de pactar, estrategia alcanzada con éxito en muchas Comunidades autónomas y en multitud de Corporaciones locales. Pero no se ha conseguido esto a nivel estatal, pese a que tiempo más que suficiente para ello haya transcurrido desde las últimas legislativas hasta la convocatoria de nuevas elecciones generales. Los ciudadanos se preguntan qué está pasando y las distintas formaciones políticas se limitan a culpar a las otras de lo sucedido, mientras seguimos gobernados interinamente con un Gobierno 'en funciones'. Todo esto es absolutamente ajustado a la ley, más los perjuicios que origina son fácilmente detectables, pues a nadie se le escapa que lo conveniente es que el Consejo de Ministros pueda actuar con libertad y contundencia, sea este monocolor o no. Y en este último supuesto cada elector podrá encauzar su voto en sucesivas elecciones a la forma en que su partido le haya convencido en su actuación en el seno de ese gobierno multicolor.

Solo los prejuicios han propiciado la situación actual, ya que incluso motivos absolutamente personales han abortado la posibilidad de conformar un Gobierno consecuente con la distribución de escaños en el Parlamento y, en suma, con la muy plural voluntad popular.

Es hasta normal que los grandes bloque, derechas e izquierdas, se resistan a gobernar juntos, aunque sólitamente se lleva a cabo así en otros países europeos, pero lo que resulta en verdad insólito es que incluso dentro de cada bloque sean incapaces de pactar, Y en este ámbito es inexplicable que un partido considerado de 'centro' no forme gobierno con aquel al que se considere más próximo. Hasta ahora había acaecido de esta forma en nuestra democracia, pero en la actualidad ha sido imposible, pues la formación 'bisagra' ha rechazado al partido que ganó las elecciones de abril, de la izquierda, sin que tuviese suficiente fuerza electoral para gobernar con el otro, de la derecha. El perjuicio para los ciudadanos estaba, está, así servido, todo ello partiendo de que es normal que las alianzas post electorales hubiesen llevado a los del centro a decantarse a un lado u otro del espectro ideológico base de las distintas formaciones. Y, además, en este caso con evitación de la incómoda y antes necesaria incorporación al Gobierno de partidos regionalistas, la mayoría de las veces estrábicos e interesados en sus tendencias políticas.

Ciertamente, es lamentable que falten muchos meses para que España tenga un Gobierno firme, si es que esta vez se consigue, por lo que exhorto, como tantísimos ciudadanos, a nuestros políticos a que 'se arreglen' de una vez, superando por el bien del país recelos cortoplacistas, pese a que se revistan de ideología, y pruritos personales, aunque se vendan como insalvables.

Si tales prejuicios se superan se podrán acometer con mejor capacidad los grandes problemas, entre los que obviamente destacan el panorama catalán, la enorme deuda pública, la regulación racional de la emigración, el paro asfixiante, el envejecimiento de la población y también, cómo no, el cambio climático.

Señores políticos, échenle valor.