Cuando leemos todo es real. Qué misterio. No siempre ocurre, pero cuando ocurre se tiene la misma sensación que al tocar la felicidad, o simplemente la dicha inesperada que surge en un instante cualquiera del día. Es fugaz y también eterno porque no se acaba nunca, permanece pegado a algún órgano interno que debemos de tener y que sirve para medir el tiempo realmente vivido. Es algo que se produce fuera, pero que nos ordena por dentro. Alguien lo llamará destino porque su verdadero significado se descubre al final.

Entro en el salón de la casa de mis padres, una estancia amplia con muebles pesados y un ventanal por el que entra la luz del mediodía. Llego de la calle a la hora de comer, el invierno está acabando, quizá son vacaciones. Sobre la mesa de nogal está el periódico. Me siento a leerlo. Hay lecturas que son lentas y vas entrando en ellas poco a poco, pero hay otras que te invaden como un fogonazo, como si trajeran un mensaje urgente.

Hace mucho tiempo de aquello, pero recuerdo las palabras, su música: «Cuando llega un amigo, la casa está vacía / pero mi amada saca jamón, anchoas, queso /aceitunas, percebes, dos botellas de blanco /y yo asisto al milagro -sé que todo es fiado-/ y no quiero pensar si podremos pagarlo;/ y cuando sin medida bebemos y charlamos,/ y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,/ y lo somos quizá burlando así la muerte,/¿no es la felicidad lo que trasciende?».

El periódico rendía ese día homenaje a Gabriel Celaya, que acababa de morir. He encontrado el recorte entre las páginas de un libro. Está ya amarillento. Sabía que lo tenía, pero nunca necesité buscarlo para recordar el poema. No sus palabras exactas, claro está, aunque sí las aceitunas, el vino blanco, el amigo.

Lo que leí aquel día tan lejano ya, cuando caminaba hacia mi destino, ha continuado susurrándome al oído todo este tiempo, cada vez que me he extraviado y he necesitado encontrarme. Esa fuerza puede llegar a tener un libro, en este caso un único poema, capaz de encerrar en él nuestros deseos, como si lo que leyéramos lo hubiéramos escrito antes en sueños. Yo quería vivir en ese poema, aunque entonces solo fuera una intuición.

Hay libros que son como hoteles, a los que vas de visita, para echar una ojeada al mundo exterior. Hay libros que son la casa de tus sueños, te conocen mejor que tú mismo. Son más reales que la realidad. Por mucho que los traiciones, están escritos en presente. Te esperan porque tienen su propio destino unido al tuyo.