En Los Sentimientos y las Vidas, obra documental de Primitivo Pérez y José Antonio Postigo que rememora la vida y obra del escritor Pedro García Montalvo, éste reflexionaba sobre la ciudad de Murcia que conoció en su juventud, descrita nada menos que como un lugar habitable por contraposición a lo inhabitable de nuestras ciudades actuales; carácter inhóspito que, podemos pensar, se corresponde fielmente con la progresiva deshumanización del mundo. Un tono nostálgico, de añoranza en el recuerdo, encontramos de manera notable en los relatos que conforman La primavera en viaje hacia el invierno, y en los que aparecen personajes de postguerra heterogéneos: nobles, pequeño-burgueses, proletarios o campesinos. Hay un elemento común en todas las narraciones que es el poder desconocido pero palpable de las fuerzas primordiales de la naturaleza, cosa visible en el léxico rico y variado, muchas veces de temática vegetal y floral que maneja y domina indiscutiblemente el autor. La naturaleza, lejos de ser un marco formal aparece en tanto que materialización de las fuerzas primordiales, como un personaje dinámico y con capacidad propia de actuación. Esas fuerzas primordiales se manifiestan entre flores y árboles reafirmando la vida en los movimientos del agua, simpáticos y lúdicos una veces, caprichosos y mortales otras; pero también en la noche capaz de confundir el alma y la razón; en los niños y adolescentes, próximos al mundo de lo primordial gracias a su alma preconsciente y animal, casi elemental.

El tono de nostalgia que destilan los relatos de García Montalvo nos lleva a una Murcia de la que hace tiempo parece haber desaparecido hasta el recuerdo. La intuición de la vida a través de la naturaleza, en lo que tiene de elemental y primordial, se encuentra en Divertimento, donde la presencia del agua en un recodo del río y la imprevisible acción de las travesuras infantiles logran inflamar la llama del amor en dos personalidades aparentemente inertes. El agua como fuente de vida y creadora de espacios y vergeles, pero al mismo tiempo en su dimensión amenazante aparece en el relato de La condesa de Yeste. De sugerentes ecos goethianos, con un bello comienzo que tanto recuerda a Las afinidades electivas, el relato habla del vigor de la vida personalizado en la joven condesa vinculada de manera casi perfecta con la naturaleza que la rodea. La presencia del agua merece especial mención a propósito de las acequias portadoras de vida pero que a su vez también son ocasión de ahogamientos infantiles, con lo que queda evidenciada la ambivalencia ciega de las fuerzas primordiales de la naturaleza y del destino. Esa ambivalencia a la vez cargada de esperanzas y amenazas es la idea que preside El rostro, un relato, que al margen de un indiscutible valor etnográfico, habla de las fuerzas latentes capaces de transformar la personalidad como la crisálida en su proceso de metamorfosis.

Entre las fuerzas elementales que evoca su obra no todas pertenecen al paisaje, no es posible desdeñar el inquietante valor de la noche como espejo de las profundidades abisales de la personalidad en El monólogo. Como un auténtico arrebato inducido por una viaje nocturno en tren, el viajero, un aparentemente anodino hombre de negocios, sueña despierto con la muerte violenta de su esposa y de sus hijos pequeños con el secreto anhelo de que desprovisto del lastre de una vida familiar habría de emprender más altos vuelos.

La riqueza conceptual, la captación de la profundidad del alma humana, la reacción moral ante la objetivación de las fuerzas primordiales que dominan la existencia, todo ello en suma, constituye la prueba de un modo de escribir, sentir y pensar raro y maravilloso, como de otro tiempo, de una época anterior en que la naturaleza dejaba su impronta moral en la persona, de una época si no más elevada y culta al menos más delicada y sensible en que las ciudades no eran una exhibición gráfica de edificios acrisolados y esbeltos, levantados con matemática frialdad, sino un lugar para la vida y el recuerdo.